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Familiares de torturadores alzan la voz por memoria, verdad y justicia

Historias desobedientes

Todo comenzó en Argentina, en 2017, cuando la Corte Suprema de Justicia decidió reducir la pena de los responsables de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura, a través del polémico fallo conocido como el “2x1”. En medio de las manifestaciones masivas y entre los múltiples reclamos que, en todo el país, se oponían a esta medida, una voz dijo: “yo marché contra mi padre genocida” (1), condeno sus actos, aborrezco sus crímenes. Otra voz dijo: “yo también”. Luego otra, otra, y otra más: “yo también”.

Estupor, sorpresa generalizada: en el rompecabezas de la memoria, esa pieza se había dado por perdida. Porque se pensaba que esos otros hijos no podían sino reivindicar la ideología de sus padres. Y porque se creía que las leyes de la filiación eran implacables: “de tal palo tal astilla”; “los monstruos engendran monstruos”. ¿Será posible? Se preguntaban los sobrevivientes, las víctimas y sus familiares, los militantes por los derechos humanos. ¿Será posible? Se preguntaban también esos otros hijos, ellos mismos asombrados de descubrirse mutuamente. Fue así como surgió el colectivo Historias desobedientes. Familiares de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia. “Historias”, ya que es la palabra, el relato, lo que da consistencia a este nuevo actor político. “Desobedientes”, ya que se trata de oponerse a los mandatos de silencio y lealtad incondicional.

Desde entonces, en Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay, henos aquí diciendo al unísono, ya sin temor, ya sin vergüenza: “yo también”. ¿Será posible? ¿Será posible en Chile, donde tanto trabajo queda por hacer en materia de derechos humanos? ¿En Chile, donde muchos verdugos de la dictadura viven o murieron en la impunidad? Sí, es posible. Los desobedientes no surgieron de la nada: son el fruto de la conciencia que otros hombres y mujeres sembraron durante años. En Argentina el colectivo consta de más de treinta integrantes; en Chile no somos tantos, y menos aún en Brasil. La desobediencia es un medidor social que muestra hasta dónde el trabajo de memoria ha logrado filtrar esas capas más impermeables a los derechos humanos. Un proceso que, con ritmos distintos y a pesar de todo, sigue su curso.

En 1987, Niklas Frank, hijo de Hans Frank, criminal nazi, publicó un libro que lleva por título: El padre. Un ajuste de cuentas. Nosotros, los desobedientes, no pedimos cuentas a título personal. Algunos tuvieron padres tan buenos o malos como cualquier otro. Nosotros pedimos cuentas por la sociedad. Lo que exigimos a nuestros parientes es, ni más ni menos, memoria, verdad y justicia. La desobediencia es un fenómeno político, antes que un asunto familiar.

“El Fanta”
Yo soy hija de sobrevivientes de la dictadura, pero también sobrina de ese personaje tristemente célebre conocido como “El Fanta”. De cierto modo, la “falla” que partió en dos a nuestro país pasó por el medio de mi casa. Habiendo nacido y crecido “de este lado”, el lado “correcto”, el lado opuesto a los victimarios, puedo dimensionar el estigma con el que mis compañeros han tenido que cargar, y que yo recibí de modo considerablemente atenuado. Y puedo valorar también el largo camino que tuvieron que recorrer para llegar a la desobediencia. Pienso en aquellos que, pese a los obstáculos legales, en Argentina han dado testimonio para evitar que a sus padres les sean concedidos beneficios penitenciarios o la libertad condicional. O bien en aquellos que, en Chile y en otros países, están entregando antecedentes a los tribunales para contribuir con las causas en curso, y aportando a los archivos de la memoria el material del que disponen, bajo la forma de publicaciones, obras artísticas y documentales.

Asumiendo las paradojas y los desgarros entre el amor filial y la conciencia política, los desobedientes rompen esquemas familiares, pero también antropológicos, sociales y culturales. Poco o nada habría podido anticiparse sobre esos “parias de la Historia” que le dieron un vuelco insospechado a su propio destino, contra la fatalidad de la transmisión.

Hace unas semanas tuvo lugar la conmemoración del 48 aniversario del golpe de Estado en Chile. Una semana antes, “El Fanta”, mi tío, figura emblemática de la traición y de la represión dictatorial, falleció de Covid mientras se encontraba cumpliendo condena a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. Fue juzgado y condenado, pero no expresó arrepentimiento, y no dio informaciones contundentes sobre los crímenes en los cuales participó. Muchas personas festejan su muerte, y quizás tienen razón. Pero, como heredera de esta memoria e integrante del colectivo Historias desobedientes, no puedo dejar de observar que acontecimientos como éste, cuya carga simbólica se ve reforzada en el periodo de conmemoración, marcan una nueva etapa en el desarrollo de una historia trágica, e introducen un “eslabón conclusivo” que le da a esa historia un carácter irreversible, y al daño provocado un carácter irreparable.

Llegados a este punto, imposible no mirar hacia atrás y, frente al panorama sangriento que se despliega, no sentir el dolor vivo, punzante. Dolor, porque la muerte de un hombre no borra sus actos. Dolor por las víctimas, por los que ya no están y que, pase lo que pase, no volverán. Dolor porque los negacionistas de la “familia militar” exaltan cínicamente la figura de esos supuestos “héroes de la patria” que se van sin haber hablado o aun sin haber sido juzgados, amparándose de ella para extender su veneno. Dolor porque el odio sigue engendrando odio. Dolor en fin porque esos criminales que son nuestros familiares no eran monstruos ni psicópatas. Afirmar eso sería demasiado fácil, e implicaría eximirlos de toda responsabilidad, como si no hubieran estado conscientes de sus actos. Por el contrario, eran hombres ordinarios, en pleno uso de razón, y que tomaron decisiones.

Hay quienes consideran que, tras su muerte, esas personas deberían caer en el olvido, desaparecer de la faz de la tierra. Los desobedientes decimos: no. Aunque duela, no los olvidemos, porque el olvido implica la amenaza de la repetición.

Propuestas para la nueva Constitución
Hoy, en pleno proceso constituyente, nos corresponde a nosotros asumir esa memoria y hacerla presente, estableciendo en la nueva Constitución las condiciones para que nunca más un sistema totalitario en Chile permita a otros hombres hacer lo que nuestros familiares hicieron. Luego de largas reflexiones e intercambios con especialistas en la materia, los integrantes de Historias desobedientes-Chile hemos concebido propuestas concretas, que en unos días haremos llegar a los miembros de la Convención Constitucional. En su conjunto, estas propuestas se orientan hacia una reforma de las Fuerzas Armadas y del orden, centrada en el respeto a los derechos humanos. Desde nuestra posición, es así como entendemos el “nunca más”.

Para ello, exigimos que el proceso y la reglamentación transicionales contemplen medidas como la sanción efectiva de todos los responsables de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura, y también durante el estallido social; la eliminación de los beneficios penitenciarios para los criminales de lesa humanidad ya condenados, y la revocación de los indultos presidenciales; la desclasificación de los archivos de la comisión Valech, con el objetivo de que se hagan públicos los nombres de los perpetradores de la dictadura; el indulto a los presos políticos de la revuelta, así como a los miembros de las fuerzas armadas y de orden acusados de “insubordinación” por no haber cumplido los mandatos de sus superiores en ese marco; el refuerzo de los mecanismos de reparación a las personas cuyos derechos, en el pasado o en la actualidad, hayan sido vulnerados por agentes del Estado…

En cuanto a las cláusulas y leyes por promulgar, nos parece preciso establecer que las FFAA y de orden son un cuerpo subordinado al poder civil (lo cual implica la abolición de la justicia militar); no deliberantes, pluralistas y dependientes del financiamiento público (de modo que ningún sector sea cooptado por partidos de derecha ni por conglomerados económicos); y, sobre todo, respetuosas de la Constitución y los derechos humanos. Esto último supone la formación obligatoria de los militares y policías por parte de personas competentes en el ámbito; el respeto a las normas de la Carta de las Naciones Unidas y de la Comunidad Internacional tanto en tiempos normales como “excepcionales”; la modificación en consecuencia de los juramentos que todo recluta debe pronunciar; la “exoneración” de los violadores de derechos humanos –esto es, la eliminación de los honores y privilegios de los que gozan en tanto miembros de las Fuerzas–.

Por último, sacando lecciones del pasado, proponemos establecer en la Constitución, o en las leyes que de ella emanen, el “derecho a la desobediencia”; derecho que permitiría a cualquier responsable o subordinado de las FFAA negarse legalmente a cumplir órdenes contrarias a los derechos humanos. Tal es el sentido profundo de nuestra propia desobediencia: asumir el gesto que nuestros parientes, recurriendo al consabido argumento de la “obediencia debida”, fueron incapaces de efectuar.

Desde Chile, Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, los miembros de este colectivo afirmamos pues que la desobediencia es un derecho y un deber ético –y, así lo esperamos, constitucional–. Desobediencia necesaria, indispensable para construir juntos, en Chile y en toda América del Sur, un porvenir que preserve por sobre todas las cosas este núcleo común que nos congrega y contra el cual nuestros familiares atentaron: la humanidad.

1. Mariana Dopazo, ex hija de Guillermo Etchecolatz, entrevistada por Federico Cosso, Anfibia, 2018.

*Historias desobedientes-Chile, Instituto de Estudios Políticos de París

Verónica Estay Stange

Historias desobedientes-Chile, Instituto de Estudios Políticos de París.

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