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El ancestro de las grandes obras inútiles

Secar el Mediterráneo

Obstruir el Estrecho de Gibraltar y el estuario del Nilo por medio de represas para acelerar la evaporación de las aguas del Mare nostrum y recuperar tierras cultivables: tal fue el faraónico proyecto imaginado por un arquitecto alemán a inicios del siglo XX. Una utopía, en mayor o menor medida bien recibida, al servicio de la dominación europea y de la búsqueda de nuevas fuentes de energía.

Con su monóculo ajustado en el ojo derecho, su traje de tres piezas y su porte altanero, Herman Sörgel no tiene precisamente el aspecto de un payaso. El nombre de este arquitecto expresionista alemán permanece sin embargo asociado a una de las utopías energéticas y geopolíticas más delirantes del siglo XX. Hecha pública a fines de los años 1920, efectivamente apuntaba nada menos que a un desecamiento parcial del Mar Mediterráneo por medio de la construcción de una serie de represas hidroeléctricas gigantes en los estrechos de Gibraltar, del Bósforo, de Sicilia, sin olvidar el estuario del Nilo. Así se cumpliría el gran objetivo de Sörgel: unir a Europa y al África colonizada en una única entidad geográfica y política bautizada Atlantropa.

La idea impactó al arquitecto por su evidencia en 1927 mientras leía una obra de geografía que describía al Mediterráneo como un mar de evaporación: si el estrecho de Gibraltar se obstruyera, como fue el caso durante eventos tectónicos pasados, el aporte hídrico de los ríos no bastaría para compensar el desecamiento y el nivel bajaría rápidamente. “Los humanos no tienen más que concluir esta obra en el espíritu de la naturaleza”, explica Sörgel en la obra que da a conocer su proyecto al mundo (1). A falta de un cataclismo que suelde a África y Europa, el visionario construirá una represa. Una vez evaporado a la velocidad de un metro por año, el Mar común se dividirá –de acá a uno o dos siglos– en dos cuencas, una al oeste, cuyo nivel estará 100 metros por debajo del Océano Atlántico y la otra al este de Sicilia, estabilizada 100 metros aun más abajo.

Irrigar el Sahara

De hecho, ¿por qué frenar en tan buen camino? Más al sur, Sörgel prevé la puesta en marcha de otras represas gigantes en el Río Congo, la creación de dos mares artificiales, así como la extensión de la superficie del Lago Chad con el fin de suavizar el clima africano y de irrigar al Sahara. Con el espacio ganado gracias a la evaporación del Mediterráneo, con la producción cerealera potenciada por la irrigación de África del Norte y con una alimentación eléctrica infinita transportada a través de cables de alta tensión, se conjurarían por siempre los males de Europa, relacionados con la falta de espacio vital, de superficies cultivables y de energía. Una línea de ferrocarril que una Berlín con Ciudad del Cabo simbolizaría la unidad del nuevo continente cuya fuerza reposaría sobre la producción de corriente eléctrica: por sí sola, la represa de Gibraltar desarrollaría una potencia de 50.000 megavatios, es decir el equivalente actual de 30 reactores nucleares de tipo EPR [Reactor Europeo Presurizado]. Convencido de que “las reservas de carbón y de petróleo se agotarán de acá a 200 o 300 años”, Sörgel exhortaba a sus contemporáneos a desarrollar la producción de energías substitutas.

“Si Europa no desea verse superada por otros continentes, debe desarrollar a tiempo su única gran fuente de energía, es decir el Mar Mediterráneo”, previene el arquitecto, sin lo cual “la centralidad cultural de Europa desaparecería. El Viejo Continente se desertificaría, se quedaría sin aliento y se reduciría, en el mejor de los casos, a una cultura osificada, como el Egipto o la India contemporáneos”. Familiarizado con el filósofo conservador Oswald Spengler, Sörgel resume la alternativa que a partir de allí deberán resolver los dirigentes europeos: “O la decadencia de Occidente, o Atlantropa como giro y como nuevo objetivo”. (…)

Artículo completo: 2 006 palabras.

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Mathias Reymond y Pierre Rimbert

Economista y redactor de Le Monde diplomatique, París, respectivamente.

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