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Para que Francia siga siendo la “revoltosa” del mundo

¿Una diplomacia sin diplomáticos?

“Pensarlo dos veces antes de no decir nada.” Este adagio, entre tantos otros sobre los diplomáticos, puede parecer una burla. Sin embargo, refleja los méritos de una profesión indispensable para las relaciones internacionales. Al optar por uniformizar esta profesión, en particular banalizando su contratación, Francia corre el riesgo de agravar su pérdida de influencia en el mundo.

El segundo oficio más antiguo del mundo no tiene buena prensa actualmente en Francia y, en general, en el mundo occidental. Se suele asociar a los diplomáticos con la alta sociedad, el lujo y el ocio. ¿Acaso no utilizamos el nombre de “embajador” como atractivo comercial para productos y marcas que evocan placeres más o menos duraderos, como una golosina de chocolate, un aperitivo, un modelo de auto o un restaurante? El ejercicio de la diplomacia queda así devaluado por imágenes en las que la elegante frivolidad apenas revela la utilidad práctica o la responsabilidad social de la profesión.

¿Es el Ministerio de Relaciones Exteriores, con sus rituales anticuados, una bastilla del Antiguo Régimen? Mientras la opinión pública ya no se debate entre “el Corrèze y el Zambeze” (1), el Quai d’Orsay es objeto de todas las sospechas. Si se sabe cuál es la función de un comisario de policía, un inspector de hacienda o un jefe de estación, no se puede decir lo mismo de un vicecónsul o un ministro plenipotenciario. Entonces, ¿por qué gastar tanto dinero en actividades invisibles para la opinión pública? No es de extrañar que esta pérdida de prestigio haya ido de la mano de una erosión constante de los recursos en términos de personal y fondos asignados a la acción exterior, en Francia y en la mayoría de los países occidentales. En momentos en que el número de Estados-nación aumentaba considerablemente, con la caída del imperio soviético y la explosión de Yugoslavia sumándose a las últimas etapas de la descolonización, el ministerio francés competente estaba recortando gastos. En los últimos treinta años, el Quai ha perdido la mitad de su personal (2). Nuestra red diplomática ha caído al tercer puesto, por detrás de Estados Unidos y China, que no ha dejado de abrir nuevas embajadas en consonancia con sus ambiciones mundiales. En cuanto a los créditos, han sufrido una importante erosión.

Ahora bien, nuestros tiempos requieren, a falta de visibilidad, transparencia y conocimiento de los costos y beneficios de las actividades públicas. En un mundo peligroso e inestable, un país como Francia debe contar con una amplia y competente red de representación exterior. En geopolítica no hay Estados pequeños ni puntos ciegos. Serbia, Cuba, Israel y el Vaticano son prueba de ello. A lo largo de la historia, han ejercido mayor influencia internacional que gigantes que luchan con sus propios demonios, como India, Brasil o Indonesia. En tiempos de tormenta, los diplomáticos son más necesarios que nunca para gobernar, es decir, para ver y prever.

En este mundo “líquido”, donde las referencias y las normas parecen ser cosa del pasado, la negociación es un proceso continuo. Para evitar o poner fin a los conflictos, para recrear el derecho y evitar la ley del más fuerte cuando se trata de bienes públicos mundiales (medioambiente, salud, energía, etc.). Pero para alcanzar estos objetivos no basta con tener instrucciones claras; también hay que conocer las partes implicadas, los interlocutores responsables, su cultura y sus límites, así como saber con quién se habla. No se puede hablar bien con desconocidos. Es importante no ignorar la “caja negra” que encierra los valores, los mitos y las culturas propias de cada país en cuestión. Por eso, incluso en las negociaciones multilaterales, no se puede prescindir de la contribución de la diplomacia bilateral.

El riesgo de la cooptación

Cuanto más grave es la situación y más vulnerable es el país, más se debe evitar la diplomacia “extra territorial”, lo que se podría llamar el “sistema Pyle”. En El (...)

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Alain Rouquié

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