Ninguna de las fuerzas políticas portuguesas alcanzó la mayoría absoluta en el Parlamento, por lo que la derecha, que quedó primera, podría formar una alianza con el partido de extrema derecha Chega. Portugal, a 50 años de “la Revolución de los Claveles”, ¿está dispuesto a reconectarse con los demonios de la dictadura salazarista?
El 25 de abril, Portugal conmemora el cincuentenario de la “Revolução dos Cravos” (Revolución de los Claveles). Pero el 10 de marzo, un partido de extrema derecha se convirtió en la tercera fuerza política del país. Chega (“Basta”) efectivamente pasó del 7,15% de los votos emitidos en las legislativas de 2022 a casi el 18% y cuadriplicó su número de diputados, de 12 a 50. Luego de una votación anticipada marcada por un aumento de la participación –59,84%, es decir el porcentaje más alto desde 1995– fue la Alianza Democrática (AD), una coalición de partidos de la derecha tradicional liderada por el Partido Socialdemócrata (PSD), que ganó con el 29,5% de los votos y 79 diputados. Lejos de los 116 escaños de la mayoría absoluta. En 2022, el Partido Socialista la había obtenido por sí solo; esta vez alcanzó un techo del 28%, y 77 diputados. Tras ocho años en el poder, sus dirigentes declararon que ahora estaban “en la oposición” y cerraron la puerta a un eventual acuerdo de gobierno con la derecha.
Caldo de cultivo
Medio siglo después de la caída de la dictadura fascista de António de Oliveira Salazar y Marcello Caetano Read, uno de cada seis electores votó por la extrema derecha y puso fin a la excepción portuguesa. André Ventura creó Chega hace cinco años, aprovechando la notoriedad que adquirió desde 2014 en un canal de cable muy popular como columnista deportivo. Durante mucho tiempo militante del PSD, encabezó la lista del partido en 2017 en las elecciones locales, en Loures –un municipio al norte de Lisboa entonces dirigido por los comunistas– y saltó a los titulares al atacar a una comunidad gitana que viviría “casi exclusivamente de los subsidios del Estado”. A pesar del escándalo, el presidente del PSD, Pedro Passos Coelho –primer ministro de 2011 a 2015– lo siguió apoyando.
El fracaso del intento de Ventura de asumir el liderazgo del partido de centro derecha lo llevó a crear su propio partido. Desde allí desarrolló un discurso hostil a las minorías y al casamiento entre personas del mismo sexo y reiteró su “compromiso con los valores de la socialdemocracia portuguesa”. También se benefició del apoyo financiero de poderosos empresarios así como de una fuerte exposición –tanto en las redes sociales como en los medios de comunicación tradicionales–, desproporcionada respecto de su peso electoral, mientras que otras fuerzas políticas, como el Bloque de Izquierda o el Partido Comunista Portugués (PCP), seguían estando subrepresentados.
¿Pero qué precipitó la entrada de Portugal en el club de los países europeos donde la extrema derecha desempeña un rol significativo en el Parlamento? El tiempo, por supuesto, el recuerdo de la dictadura que se desvanece, con más fuerza aun cuando se la borra, como cuando desaparece la placa que señala los locales en Lisboa de la PIDE, la temible policía política disuelta en 1969. El surgimiento del partido Vox en España constituyó, respecto de esto, una especie de alerta regional. Creada en 2013, esta agrupación de ultraderecha tuvo sus primeros triunfos electorales en 2018. Ahora bien, españoles y portugueses han compartido una experiencia común: la de haber sufrido en el pasado regímenes antidemocráticos y represivos.
Para seducir a los votantes, Chega también supo combinar posiciones neoliberales con propuestas sociales, como la promesa de aumentar las jubilaciones de 200 a 300 euros para acercarlas al salario mínimo nacional (820 euros en 2024, frente a 505 euros en 2015, con un salario medio de alrededor de 1.500 euros en 2023). Esto sin renunciar a un discurso “antisistema” y “anticorrupción” ilustrado por el eslogan “Limpiar Portugal”. Fuerzas de seguridad, policías, ex combatientes de las guerras coloniales, profesionales de la salud, profesores...: en el (…)
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