Cuando el progreso de los caucus electorales estaduales, 1273 consejeros electorales de 1215 necesarios para su nominación, ha ratificado el liderazgo de Donald Trump y al mismo tiempo su superioridad en las encuestas de opinión sobre Joe Biden, parece necesario prospectar la futura política exterior de Trump, que, al ser Estados Unidos una superpotencia, será decisiva en el panorama de la política mundial. Desde luego, el declive hegemónico es una de las dimensiones más convocantes en las opiniones públicas de las potencias. Así fue en el caso de Rusia con el fin de estatus de superpotencia tras 1990 con Gorbachov y Yeltsin, en la actual China Popular que sale del aislacionismo para rechazar el “siglo de la humillación”, y hoy en Estados Unidos cuando un liderazgo demócrata errático está marcado por las dudas de la personalidad que no tiene aptitudes para grandes desafíos.
En primer lugar, hay que pensar, tal como ocurre con segundas vueltas al poder -Lula, Piñera, Bachelet o Putin- que el aprendizaje internacional parte de los activos y potencialidades del primer período. En un acercamiento prospectivo, la historia de las tendencias y aprendizajes previos, se vuelve decisivo para valorar la actitud frente a los cambios de escenario. Donald Trump anunció que quería sacar a Estados Unidos de la primera línea de la defensa de la democracia (en agosto de 2016, antes de su presidencia anunció que saldrían de Irak), y prefería el aislacionismo –lo que le llevo a un entendimiento cordial con Putin y Bolsonaro, y lo cumplió retirando a su país de Afganistán tras los acuerdos de Doha en 2020 con los talibanes. Trump redujo ciertamente el número de intervenciones militares estadounidense. Ello, en términos estratégicos, le permitió dosificar el costo y los recursos humanos y materiales que Estados Unidos necesita resguardar. También es cierto, que el caos de la caída de Kabul y el abandono de los militares y funcionarios afganos fue un costo inevitable de esa decisión, por mucho que se ejecutara con Biden. Pero ello era más o menos similar al abandono de los kurdos en octubre de 2019, que ha permitido el avance de los turcos en la frontera norte de Siria, acabando con su autogobierno. La idea que Estados Unidos cambia sus compromisos y sacrifica aliados está más extendida que nunca, y parte de ciertas ausencias en su perspectiva acerca del equilibrio de poder mundial.
También denunció el peligro chino, que luego consolidó Biden, y apostó por un diseño proteccionista que desató la guerra comercial con Beijing y puso término del neoliberalismo global reemplazándolo por un nacionalismo económico. Su programa fue y es anti liberal para proteger su industria y capacidades tecnológicas, para preservar la ventaja de Estados Unidos sobre sus competidores globales. La arquitectura de relación entre Israel y países árabes se mostró exitosa tras los Acuerdos de Abraham (octubre de 2020), suscritos primero entre Israel, Barhein y Emiratos Árabes Unidos, y ampliados con Marruecos y Sudan más tarde. Postura que a pesar del embate del caso palestino, está detenidos en su normalización pero no rotos. Los fundamentalistas y pro palestinos han tenido vacíos en su solidaridad contra Israel. Ante el dictador de Corea del Norte adoptó la misma pedagogía retórica de la confrontación, incrementado, y luego conteniendo, a Kim Jong-Un en el convencimiento que una amenaza nuclear directa a Estados Unidos sería respondida por Washington con una escala apocalíptica, porque como dijo Trump a Kim, tenía un botón más grande que apretar. Ambos en ese momento convinieron un estatus quo que este último ha roto frente a Biden.
Desde el punto de vista de los intereses multilaterales, Trump fue la pesadilla de Naciones Unidas del esfuerzo por contener el cambio climático, de la (…)
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