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Usos y abusos de la “empatía”

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Newenki, El transplante (Acrílico sobre tela), 2023
(Gentileza Galería Bahía Utópica)

La palabra “empatía” está entre las más googleadas. La utilizan las empresas, el coaching, y hasta se evalúa incorporarla en los programas de las escuelas para prevenir el acoso. La trampa de esta búsqueda de “pacificación generalizada” es que desacredita los conflictos políticos o sociales al asimilarlos a una falta de altruismo.

“Somos espontáneamente racistas”. Quien hace esta declaración sobre la naturaleza humana no es un votante seducido por la extrema derecha sino el psiquiatra Serge Tisseron (1). Enseguida caemos en la melancolía. Pero la naturaleza humana es una tierra de contrastes y nos animamos al enterarnos de que si cada uno está “programado por la evolución para privilegiar sus vínculos de semejanza”, las técnicas de neuroimagen establecieron que también somos capaces de disponer del antídoto: la empatía. En realidad, no hay de qué vanagloriarse, ya que solo se trata de una “forma de adaptación que diversas especies han desarrollado para aumentar sus posibilidades de supervivencia”, lo que condujo al ser humano “hacia una dirección cada vez más social y cooperativa”. Sin embargo, es claro –lamentablemente– que no siempre seguimos esta amable dirección, y que no es tan espontánea como desearíamos. Una solución sería boostear (2) la empatía, mejorar nuestra naturaleza humana, es decir nuestra programación a veces defectuosa, por desgracia, y que es necesario reforzar en la dirección correcta.

¿Cómo y cuándo activarla?

Por supuesto, primero deberíamos determinar con precisión lo que significa el término. En 1873, en su tesis doctoral, el filósofo Robert Vischer habría acuñado el concepto de empatía (Einfühlung, en alemán) para describir una experiencia estética. Después lo recicló el psicoanálisis, luego la sociología y, más tarde, todo el mundo. Es un concepto conocido desde hace tiempo por los fanáticos de Philip K. Dick: en su obra, la empatía es lo que, en principio, distingue al humano del androide. El término se volvió familiar, tal vez omnipresente, pero sigue siendo vago.

De hecho, la definición de empatía está entre las más buscadas en Google (junto a “bipolar”, “narcisista” y “laicidad”). El diccionario Larousse dice con sobriedad que es “la facultad intuitiva de ponerse en el lugar del otro, de percibir lo que siente”. Según la Encyclopædia Universalis, es una “capacidad innata” que tiene tres facetas: emocional, cognitiva –propia del ser humano– y motivacional. France Inter da su versión (11 de diciembre de 2019): “la función cognitiva permite analizar lo que debe ser considerado como la reacción correcta”, pero las tres dimensiones –mimética, emocional y cognitiva– deben “dialogar permanentemente para evitar las rivalidades, los celos, la envidia” y favorecer “la cooperación y la benevolencia”. En definitiva, la empatía es una “aptitud innata” de raíces biológicas, cuya activación permite un “clima social pacífico”, según el breve pero detallado ensayo de Tisseron. Solo resta saber cómo activarla, precisamente.

El Ministerio de Educación y Juventud está trabajando en eso. Ha decidido formar a los estudiantes en la empatía, en especial para contribuir a la prevención del acoso, fenómeno que se ha vuelto imposible de ignorar ante el suicidio de gente muy joven, mediante sesiones que fueron experimentadas y evaluadas de enero a junio, y que se generalizarán en todas las escuelas primarias a partir del próximo año escolar. Según lo expresado por el entonces ministro de Educación Gabriel Attal en el prefacio del kit pedagógico destinado al cuerpo docente (3), esta formación debe “favorecer la adquisición de un conjunto de (...)

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Evelyne Pieiller

Escritora.

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