La memoria es la vida. Negar la memoria es negar la vida. Las células tienen memoria. El agua tiene memoria. Los genes tienen memoria.
Los hongos y las plantas tienen memoria. La semilla y la espora son memoria en acción.
La memoria es acción. La memoria es creadora. Ella crea su continuidad. La palabra ‘continuo’ quiere decir ‘con hebra’, con hilo, tino, tenue tino. Todo es hilo. Perder la memoria es perder el hilo. Imagino que hasta la luz tiene memoria. Así sabe ser luz. En este seminario he escuchado testimonios de personas para quienes la memoria es su guía, el hilo que sostiene y da vida.
La memoria y la vida están entretejidas. en su tejido vibra la belleza y la agonía. Ocultar, atacar la memoria es atacar la vida. Atacar la humanidad del dolor. Mi arte es memoria. La memoria de una percepción. La memoria es la fuerza activa, el motor del ‘men’, la mente. Es lo que nos hace ser, sentir, hacer y actuar.
La memoria es única y colectiva, paradojal y contradictoria. Actúa contradictoriamente. Es dulzor y punzón, gozo y dolor. Es la forma sintiente, consciente e inconsciente, porque sabe lo que siente. Lo desaparecido es la belleza, el don de los que dieron su vida por los demás. Ha desaparecido el por qué, el meollo, el corazón de la historia, el tejido que nos unía, la conciencia de ser uno y todos a la vez.
Con el estallido había renacido el nosotros. Por eso los del otro lado dijeron hay que atacar el nosotros que renace. Dispararle a los ojos, enceguecerlo. Había que atacar la imagen. El imán del gen. Borrar lo que el nosotros veía y usaron una tecnología inventada, según entiendo, en Israel. Fíjense la correspondencia con lo que está pasando ahora en Gaza. Sin embargo, el antídoto de ese ataque a la mirada, a los ojos, al sentir colectivo, al saberse sentirse, ser nosotros, es el lenguaje de los sabios indígenas de la América viva. Sabios como los guaraníes que dicen: hay que resistir desde la belleza. Ellos dicen que el odio es amor bifurcado. Pensar en el odio es pensar al revés en el amor que congrega. Y les puedo decir que así como yo siento que mi arte es un fibrón, un neurón nervioso y hierón. (“Hierón” dije, qué linda palabra nueva), llega, porque es llorón. Congrega y conlleva, convoca, con llamas de amor. Lo siento y lo beso como a un recién nacido, lo venero y lo abrigo como esas imágenes de la Virgen que adora y venera al Niño, como toda madre que deseó a ese niño y esa niña. El arte de la memoria es lo que ella, la memoria pide y da en su generar.
Al ser ella la memoria, el gen del ser, su motor, es recordar. En aymara recordar es amuthata y perdonen la mala pronunciación. No sé aymara, pero dicen ellos: ”no tener memoria es no tener flor adentro”. Imaginen la memoria como una planta que necesita florecer. Necesita ser, como dijo alguien más temprano, quizás hoy o ayer.
Necesita ser regado, regado con puro amor y saliva de verdad. La saliva que siente su verdad brotando en la boca. Los yaqui/yoeme de Arizona, perseguidos incluso por el ejército mexicano –por eso llegaron a Arizona perseguidos los indígenas por nuestros propios pueblos mestizos. Los yaqui/yoeme, dicen: “Las formas colectivas de hacer verdad crean futuros a partir de memoria”. La expresión de la verdad así concebida es futurante es luthuria (en un yoeme mal pronunciado). Y María Sabina, la sabia de los hongos dijo: “la justicia es la curación”.
Acá, entre las palabras que escuché, entretejí y anoté en el cuadernito que llevo en la panza, en la güatita, como se dice en Chile, oí: “Nos mueve la voluntad de la historia”, porque la historia tiene una voluntad y un deseo autónomo. Y esas son mis palabras, porque “historia” en griego significa tejido. El tejido de nuestras conciencias enredadas con la conciencia de la historia. Otra persona dijo: “Quiero no olvidar porque (…)
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