Con el lema “un mundo, un sueño”, los Juegos Olímpicos de Pekín deberían ofrecerle a los dirigentes chinos, del 8 al 24 de agosto, la ocasión de una rehabilitación internacional después de la condena mundial de la que fueron objeto tras la matanza de la plaza Tiananmen en 1989. Por eso el éxito de las Olimpiadas es tan primordial para ellos, y por eso el primer ministro Wen Jiabao insiste en las consignas de “armonía” y de “estabilidad”. Ello explica también la brutalidad de la represión contra la revuelta del Tíbet en marzo pasado. Así como el furor de las autoridades contra las manifestaciones que perturbaron, en algunos países, el paso de la antorcha olímpica. O la rapidez en enviar auxilios a los damnificados del terremoto de Sichuan del 12 de mayo. Nada debe perturbar la consagración mundial de China en este año olímpico.
Asimismo, estos Juegos celebran los treinta años del inicio de las reformas impulsadas en 1978 por Deng Xiaoping que permitieron el milagro económico y el excepcional renacimiento de China. Cierto es que sus triunfos impresionan. Su PIB dobla cada ocho años y, en 2008, debería rebasar el ¡11%! Con una población de 1.350 millones de habitantes –igual a la suma de la de las Américas (900 millones) más la de Europa (450 millones)–, este país es ya la tercera economía del planeta. Ha aventajado a Alemania, sobrepasará en 2015 a Japón y debería superar a Estados Unidos en 2050. Se ha convertido en el primer exportador mundial y en el principal consumidor del planeta.
Texto completo en la edición impresa del mes de agosto 2008
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