Un grupo de fieles vestidos de domingo conversa frente a la fachada triangular de la Saint Paul Church of God in Christ, en Wabash Avenue, cerca de la calle 45, en el South Side de Chicago. Mientras las ardillas corren por las ramas y por los cables de electricidad, se escucha la canción que difunde la camioneta del vendedor de helados. La felicidad podría reinar en ese perfecto mundo urbano de Estados Unidos, si no estuviera en medio de semejante paisaje lunar. Los habitantes de las otras partes de la ciudad no tienen ningún motivo para ir al South Side, salvo para utilizar las autopistas que lo atraviesan. Sin embargo, si se animaran a la aventura, se darían cuenta de que el ghetto no es, fundamentalmente, un sitio de mala reputación: es un espacio semi-público, sin almacenes ni farmacias, sin hospitales ni bancos, sin transportes públicos o casi, frecuentado por cientos de miles de hombres y mujeres, estigmatizados y en general sin trabajo, pero a los que –extrañamente– no les falta vida…
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