La elaboración de modelos distintos al sistema capitalista es objeto de una profunda reflexión en los círculos de la izquierda altermundialista, a menudo acusada, muy injustamente, de “no proponer nada”, cuando abundan las propuestas sobre las finanzas, la anulación de la deuda, etc., por parte de reconocidos economistas. Pero, desde hace algunos años, emerge otra tendencia: la reconstrucción de comunidades decididas a romper con la sociedad de consumo y la política institucional. Un buen ejemplo de ello se encuentra en la obra publicada por dos militantes del altermundialismo, Isabelle Fremeaux y John Jordan, siendo este último un artista conocido por su papel en el colectivo Reclaim the Streets, estandarte de las “nuevas formas” de protesta en los años cruciales años 1990-2000 (1).
Este libro-película (un documental-ficción acompaña el texto impreso) se presenta como un itinerario iniciático y exploratorio en el seno de diversas comunidades capaces de hacer surgir otro mundo. El “Climate Camp” instalado ilegalmente en las inmediaciones del aeropuerto de Heathrow, en las afueras de Londres, la aldea de las Cevenas (Francia) convertida en una “comuna libre” administrada por punks, fábricas ocupadas en Serbia, o el Zentrum für experimentelle Gesellschaftsgestaltung (ZEGG), un campamento del “amor libre” situado en una antigua base de la Stasi... lugares que jalonan este relato político y poético, que logra comunicar las emociones suscitadas por estos sucesivos encuentros con seres, palabras y cosas.
Si bien la elección de los lugares, diversificada y ejemplar, ofrece un panorama europeo de las utopías comunitarias contemporáneas, es difícil sin embargo escapar a un sentimiento ambivalente de frustración e irritación mezcladas, algo así como lo que sucede frente a esos actores insulsos de las series estadounidenses que se adaptan tan bien a su papel que uno espera casi con impaciencia la primera nota discordante en su interpretación. La descripción que hacen los autores de las experiencias alternativas sigue la mayoría de las veces el mismo esquema narrativo: los dos exploradores, a la vez viajeros, escritores, analistas políticos, artistas, bohemios, en resumen, sin identidad determinada, a no ser por el hecho, mencionado al final del libro, de que vendieron su departamento en Londres, llegan en su vehículo no identificado (no es una casa rodante, demasiado vulgar, ni un auto caravan, demasiado familiar, sino un “camión” indeterminado), y conocen a una persona formidable, salvo algún hecho perturbador, incomprensión inicial o contingencias de sus pequeñas historias personales, por suerte superadas rápidamente. Esta persona formidable los hace luego ingresar en una microsociedad formidable, por su singularidad, donde rige la ayuda mutua y el reparto, al margen de los flujos de la comunicación mercantil y de los intercambios interesados que son el destino de la masa de los consumidores. En estos pequeños universos formidables, existe evidentemente gente extraordinaria que comparte experiencias fuera de lo común, de creatividad artística, de riqueza pedagógica y de virtud política.
Alternativas
Lejos de mostrar los potenciales colectivos de este “futuro posible” que brillaría en “las fisuras del presente”, el libro no suele ofrecer más que una descripción elogiosa de estas individualidades y de estos lugares formidables. “No existe aquí el ‘síndrome Ikea’, las palabras clave parecen ser recuperación y reciclaje, para producir viviendas de una rara individualidad. Muchas de ellas están decoradas con espléndidos mosaicos...”, se lee a propósito de las casas de artistas-agricultores del pueblo punk de La Vieille Valette.
Esta gente formidable, que puede escuchar tanto una batería hardcore como la flauta traversa “más delicada”, es decididamente fuera de lo común. Y ocurre que uno espera, a veces, nunca encontrarse con ellos, para evitar sentirse insignificante frente a las lecciones de vida que podrían darnos. Conformarse con discutir sobre las virtudes intrínsecas de la yurta de piel de bóvido exótico, el atractivo de la húmeda grisalla de la meseta de Millevaches o del encantamiento que suscitaría la compañía de militantes inflexibles que rechazan todo compromiso con la sociedad de consumo conduce a reducir estas comunidades alternativas a una suerte de lugares de vacaciones ecológicas. La cuestión es más bien identificar a aquellos que pueden realmente adoptar ese modo de (…)
Texto completo en la edición impresa del mes de noviembre 2011
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