El ex ministro de Finanzas griego Yanis Varufakis relata el clima de amenazas bajo el cual se desarrollaron unas “negociaciones” con las autoridades europeas que tenían dictado su final de antemano: aplastar al gobierno griego para aleccionar a todos los posibles “rebeldes” que pudieran surgir en otros países.
En 2010, el Estado griego perdió la capacidad de garantizar el servicio de su deuda. En otros términos, se volvió insolvente y se vio privado del acceso a los mercados de capitales.
Preocupada por evitar el default de bancos franceses y alemanes ya frágiles, que habían prestado miles de millones de euros a gobiernos griegos tan irresponsables como ellos, Europa decidió conceder a Atenas el más importante plan de ayuda de la historia. Con una condición: que el país procediese a una consolidación del presupuesto (fenómeno más conocido con el nombre de austeridad) de una amplitud jamás imaginada antes. Sin ninguna sorpresa, la operación provocó una caída del ingreso nacional que no tenía precedentes desde la Gran Depresión. Es así como se ponía en marcha un círculo vicioso por el cual la deflación, consecuencia directa de la austeridad, hacía más pesada la carga de la deuda y propulsaba la hipótesis de su reembolso al campo de lo quimérico, abriendo el camino a una crisis humanitaria de proporciones...
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