La coyuntura viene precedida de varios impasse internos de la Nueva Mayoría generados por el tono de la aplicación de su programa y la improvisación política y programática para implementar las promesas de campaña. La falta de claridad ha traído desorden y señales confusas por parte del Ejecutivo, a lo que se ha sumado una economía externa perturbada. Esto hace que Bachelet enfrente un escenario político-económico complicado que se asemeja a una tormenta perfecta. El cambio de gabinete, el comienzo del segundo tiempo, incluso “el realismo sin renuncia” no han sido útiles para revertir o frenar la desaprobación y la crisis de legitimidad, tanto de la mandataria y de las instituciones políticas, ni mucho menos para salir de la tormenta.
La NM ya perdió el partido de ida y sólo apuesta a ganar el partido de vuelta, por lo que debe evitar que le hagan más goles. Esto no es per se, sino que responde, por un lado, a las múltiples disputas internas por posiciones programáticas de la coalición, y por otro, a que Bachelet ha dilapido su potencia electoral, con lo que no hay un liderazgo político y por ende, tampoco una alianza sustentable y estable para hacer que su gobierno avance. Que el segundo mandato de Michelle Bachelet se haya acabado en marzo de 2015, solo deja una alternativa posible para la NM: prepararse para las elecciones y que el gobierno no sea un lastre para la carta de la NM de 2017. Cabe señalar que las declaraciones cruzadas de sedición y de golpe blando que han surgido las últimas semanas al interior de la NM, son un intento de posicionamiento de cada sector, que caen dentro de la categoría de ruido blanco y que buscan impactar en la discusión de la grilla presidencial y en el debate constitucional, es decir, es una medición de fuerza entre facciones...
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