Argel, viernes 1º de noviembre. Decenas de miles de personas bajan desde los altos de la ciudad para tomar la calle Didouche-Mourad. La arteria central resulta demasiado estrecha para contener el caudal humano. Jóvenes, niños, mujeres, viejos forman un torrente humano abigarrado que enarbola los colores de la bandera argelina bajo todas las formas: sombreros, bufandas, pancartas, camisetas, diversos emblemas. El débil zumbido de los helicópteros de las fuerzas del orden no logra silenciar las consignas. Los manifestantes claman su rechazo a la elección presidencial prevista para el 12 de diciembre, y arrementen contra el comandante en jefe, general Ahmed Gaïd Salah, hombre fuerte del régimen desde la renuncia del presidente Abdelaziz Bouteflika, el pasado 2 de abril (1).
Reclaman su partida, así como la del presidente interino Abdelkader Bensalah y la del primer ministro Abdelkader Bensalah. “Argelia libre y democrática”, “Estado civil y no militar”, “Por Dios, no nos detendremos”, “Arruinaron al país, banda de ladrones”, “Liberen a nuestros hijos, cobardes”, “Ni diálogo ni elecciones con la mafia”, vocea el Hirak –término con que se designa al movimiento de protesta popular de Argelia, del Rif marroquí o del Líbano–. También hay cantos, entre ellos el éxito musical “Liberté”, del rapero Soolking, y el famoso “La Casa del Mouradia”, himno contestatario de la juventud de los estadios (2). Las referencias a la lucha anticolonialista son omnipresentes, algunas mencionan a Ali La Pointe, el héroe de la batalla de Argel. Como prueba edificante del odio al poder, los hirakistas cantan al unísono “¡Istiqlal! ¡Istiqlal!” (“¡Independencia!”), y también “Los generales a la basura, Argelia tendrá su independencia”. Este trigésimoséptimo viernes de manifestación consecutivo coincide, en efecto, con el 65 aniversario del inicio, el 1º de noviembre de 1954, de la lucha de liberación que condujo al fin del dominio colonial francés.
Para atenuar la magnitud de las marchas en Argel, desde el verano boreal el poder trata de impedir que acudan a ellas los habitantes del resto del país. Barreras policiales y de gendarmería se erigen en los accesos urbanos para restringir la circulación; aquellos cuyas matrículas o documentos de identidad indican que viven fuera de la capital son forzados a dar la media vuelta. Resultado: los irreductibles no temen marchar decenas de kilómetros para eludir las barreras y participar en el Hirak. Otros zarpan desde ciudades costeras para alcanzar las playas argelinas; el humor popular los apoda “los harragas [clandestinos] del interior”.
Las autoridades, que no dudan en manipular internet para impedir la retransmisión por video de las marchas, intentan también suscitar manifestaciones a favor de la elección presidencial. Se convoca a la televisión nacional, más que nunca dispuesta pese a las protestas de muchos de sus periodistas, a filmar en grandes planos fijos a las pocas decenas de personas reunidas para la ocasión. Iniciativas destinadas al fracaso y que provocan peleas. El 7 de noviembre, en Tlemcen (Oeste), hirakistas armados con insecticidas y lejía limpiaron con abundante agua una pequeña plaza adonde acababa de tener lugar una “concentración espontánea” de unas cincuenta personas en apoyo al Ejército y el escrutinio presidencial.
Génesis del conflicto
Si bien evitó recurrir a la fuerza, el poder optó por una represión e intimidaciones específicamente dirigidas. Éstas apuntan tanto a jóvenes militantes como a simples ciudadanos detenidos y condenados para aleccionar. Según un balance no oficial de organizaciones no gubernamentales argelinas, entre ellas el Comité Nacional para la Liberación de los Detenidos (CNLD), a fines de octubre había más de un centenar de presos políticos. Otras estimaciones dicen que son trescientos; la cifra exacta es difícil de conocer, puesto que las autoridades se niegan a comunicarla (3). El 12 de noviembre, la justicia envió a una cárcel granja a veintiocho personas detenidas en posesión de una bandera amazigh (bereber). Varias personalidades se encuentran tras las rejas, como Lakhdar Bouregaa, héroe muy respetado de la guerra de independencia, de 84 años de edad, o Karim Tabbou, ex jefe del Frente de las Fuerzas Socialistas (FFS) y figura mediática del Hirak. Uno y otro están acusados de agravio moral contra el Ejército.
A mediados de noviembre los argelinos dudaban de la capacidad del poder de organizar elecciones en un clima tal de desconfianza. Pero cualquiera sea el resultado del escrutinio, muy pocos creen que el Hirak se detendrá pronto. Para dimensionar dinámicas y dificultades de este movimiento en muchos sentidos histórico –aunque más no sea por ser pacífico–, debe rastrearse su génesis.
En un contexto de interrogantes respecto al futuro y la sucesión del presidente Bouteflika, el año 2018 estuvo marcado por luchas en la cima del poder incentivadas por múltiples revelaciones de casos de corrupción y contrabando que los clanes dirigentes se imputaban mutuamente. Un ejemplo entre tantos otros: la carga de siete quintales de cocaína descubierta por los servicios de seguridad en un barco en el muelle del puerto de Orán (4). Se suponía que la embarcación debía transportar carne roja procedente de Brasil por cuenta de un importador cercano al poder, Kamel Chikhi, alias “Kamel el carnicero”. Además de este último, muchos oficiales superiores, jefes de policía, magistrados, altas personalidades políticas y hasta imanes fueron detenidos o perseguidos. El caso, que todavía no develó todos sus secretos, causó tanto impacto en los argelinos –habituados, no obstante, a las miserias de sus dirigentes– que una de las consignas del Hirak es “Liberen a los detenidos, ellos no vendieron cocaína”.
El 9 de febrero, la confirmación de la candidatura del hospitalizado Bouteflika a un quinto mandato presidencial produjo una ola de indignación y rabia. Mientras las redes sociales rebosaban de artículos, montajes fotográficos y textos enfurecidos, en Kherrata, el 16 de febrero de 2019, comenzó lo que se convertiría en el Hirak. En esa pequeña ciudad del este de Argelia, escenario de las masacres del 8 de mayo de 1945 cometidas por el ejército francés y sus tropas europeas contra la población musulmana, algunos jóvenes salieron a la calle para protestar contra la anunciada reelección del presidente. El 19, un retrato gigante de él que colgaba de la fachada de la municipalidad –por el culto a la personalidad impuesto a la población– fue arrancado y destrozado por la multitud. Tres días después, el (…)
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