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Ocio fordista

Economía y geopolítica del turismo

Yde repente, milagro: el líquido fangoso de los canales venecianos se tornó agua clara. Los turistas habían abandonado la ciudad confinada, por lo general saturada de visitantes y rodeada de “cruceros factoría”. En el silencio de ese siniestro final de marzo, todo el mundo evaluaba los espectaculares efectos del turismo sin control, por la propia ausencia de este. Y podía soñar con un mundo en el que el tiempo de ocio se utilizara para actividades menos destructivas para el planeta. ¡El “turismo de masas”, ese es el enemigo! Tras la aparente obviedad de una observación alimentada a diario por la hiperfrecuentación bien real de ciertos destinos (Barcelona, Venecia, Dubrovnik...) se esconde un implacable juicio social. El turista es el otro: “el tonto del viaje”, como dice el semiólogo Jean-Didier Urbain. Aborregado, gritón, escandaloso, superficial, tan invasivo y vulgar como el siluro en los ríos, su presencia masiva arruina al instante el auténtico y sereno paisaje que su figura opuesta, el “viajero”, se precia de contemplar. Semejante espantajo cristaliza la angustia de las clases cultas frente a la multitud y, de forma más general, frente a la congestión y “masificación” de privilegios que antes eran exclusivos de ellas.

Porque, si dejamos por un momento a un lado lo que es su envoltura comercial, la cuestión de fondo que plantea el turismo concierne los tiempos sociales y su contenido: la gestión del tiempo liberado de las clases trabajadoras, por un lado; y, por el otro, el valor educativo distintivo del tiempo que las clases altas dedican a sus actividades de ocio.

Contrariamente a lo que sugiere la visión dantesca de una terminal de vuelos chárter en el apogeo de las vacaciones de verano, el turismo tiene origen aristocrático. Llevaba por aquel entonces el nombre de Grand Tour, un invento británico de finales del siglo XVII que pretendía instruir a los jóvenes nobles mediante el descubrimiento de monumentos, leyes y costumbres de los países que visitaban, especialmente Italia, ofreciéndoles por lo demás la oportunidad de hacer alguna que otra calaverada a salvo de miradas indiscretas. Con esa ocasión, los herederos aprendían el oficio de heredar, adquiriendo conocimientos lingüísticos y culturales que pudieran posteriormente ser de provecho para desempeñar el título que se les había de transmitir.

Esa práctica se extiende a la burguesía a lo largo del siglo XIX, con el auge de los balnearios y del “excursionismo”. El turismo sigue siendo privativo de las clases más acomodadas. En el siglo XIX, la reorganización del tiempo hace mella en este exclusivismo. Primero, las leyes sobre la escuela hacen que surjan “prácticas de tiempo libre” para los niños de otros ámbitos sociales que el de la burguesía. Simultáneamente, la reducción del horario laboral de los niños, de las mujeres y luego de los hombres, y también la conquista gradual de las vacaciones pagadas, sientan las bases de un tiempo extralaboral cuyo perdurable símbolo son las vacaciones de verano de 1936 en Francia –aunque, en realidad, no alcanzarían su pleno esplendor sino tres décadas más tarde–. En ese lapso, las elites religiosas, económicas, políticas y sindicales se enfrascaron en una lucha por organizar ese tiempo convertido en libre. Pasado casi un siglo, sus representaciones, expuestas por la historiadora Anne-Marie Thiesse, siguen estructurando el análisis del turismo mediante la oposición entre “una cultura distinguida, prerrogativa de la elite, que pone de manifiesto la capacidad y la voluntad individuales de desarrollar talentos naturales y, por otra parte, una cultura popular que no pretende la distinción sino la ‘educación’ de las masas, de forma colectiva y con una pedagogía ilustrada” (1).

Empresarios del ocio
Ya desde el siglo XIX, surgen empresarios del ocio, vanguardia cultural de su época, que crean mercados turísticos para los distintos segmentos de las clases altas y posteriormente medias: desde los ingenieros del Touring Club de Francia, fundado en 1890, hasta los excursionistas new age de Terres d’Aventure, pasando por los deportistas que fundaron el Club Med. De forma simétrica, después de la II Guerra Mundial, los sindicatos y partidos de izquierdas franceses, especialmente los comunistas, ofrecen un turismo social y familiar organizado en torno a una galaxia de asociaciones y también por los comités de empresa, sobre todo los de las empresas nacionalizadas (2).

Desde mediados de los años 1980, (...)

Artículo completo: 2 262 palabras.

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Bertrand Réau y Christophe Guibert

Sociólogos, respectivamente en el Conservatorio Nacional de las Artes y los Oficios de Francia (CNAM) y en la Universidad de Angers (UFR Esthua, Turismo y Cultura). Los autores agradecen sus investigaciones a Laure Paganelli.

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