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La pandemia incrementa la dependencia de los países pobres

El “gran confinamiento” del Tercer Mundo

Debido a la pandemia del Covid-19, el planeta sufre su mayor crisis económica desde el período de entreguerras. Explosión del desempleo, inseguridad alimentaria, desconexión escolar... Los efectos del “gran confinamiento” se sienten en todas partes, pero se multiplican en los países pobres, donde el sector informal, por definición falto de protección social, tiene un lugar preponderante.

Así como las consecuencias del cambio climático se hacen notar en todas las latitudes, la pandemia de Covid-19 nos afecta a todos, jefes de Estado o refugiados. Pero se sabe que estas crisis planetarias no impactan de la misma forma en todos los humanos. Además de las diferentes vulnerabilidades en función de la edad y distintos factores de riesgo, la pandemia, al igual que el calentamiento global, incide de manera muy diferente a escala mundial, y también al interior de cada país, a raíz de las líneas de fractura tradicionales entre ricos y pobres, blancos y no-blancos, etc. Desde luego, la infección de Donald Trump confirmó que el virus no discrimina en función del rango político, pero el tratamiento excepcional que recibió el presidente estadounidense, cuyo costo estimado supera los 100.000 dólares por tres días de hospitalización (1), demuestra que, si bien los humanos son todos iguales ante la enfermedad y la muerte, algunos, como escribió Georges Orwell en Rebelión en la granja, son “más iguales que otros”.

Como de costumbre, el Tercer Mundo es el más afectado por la crisis económica en curso, una crisis que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha denominado “el gran confinamiento” en su informe semestral de abril de 2020 (2). Una crisis que ya es la más grave desde la Gran Depresión del período de entreguerras. El Tercer Mundo es ese tercer Estado planetario del cual solo unos pocos países de Asia Oriental consiguieron despegarse desde que el economista Alfred Sauvy creó el término en 1952. Lo definiremos aquí como el conjunto de países de bajos ingresos, así como aquellos de ingresos medios (capas inferiores y superiores), según la clasificación del Banco Mundial, con excepción de China y Rusia que, si bien cuentan con ingresos medios superiores, son potencias mundiales.

Vulnerabilidad de los “informales”
A escala internacional, “el gran confinamiento” generó una fuerte alza de la desocupación. Ahora bien, el impacto social de esa desocupación es mucho más fuerte en los países del Tercer Mundo que en los países ricos, donde en general se adoptaron una serie de costosas medidas para atenuar sus consecuencias. En promedio, se destruyó el equivalente de 332 millones de empleos a tiempo completo en el mundo a lo largo de los tres primeros trimestres de 2020, es decir 11,7% de pérdida en relación al último trimestre de 2019. Entre ellos, 143 millones se perdieron en los países con ingreso medio inferior (-14%), 128 millones en los países con ingreso medio superior (-11%) y 43 millones (-9,4%) en los países ricos, de acuerdo a los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) (3). Y si los Estados con ingreso bajo “solo” perdieron el equivalente a 19 millones de empleos (-9%) durante el mismo período, esta cifra traduce mal el impacto socioeconómico de la crisis que atraviesan. En efecto, en estos países, así como en los de ingreso medio inferior, la gran mayoría de los empleos y actividades independientes se encuentran en el sector informal, que absorbe el 60% del trabajo mundial y está, por definición, desprovisto de toda protección social.

En un informe reciente, el Banco Mundial estima que la pobreza extrema –a la que define como el hecho de tener que sobrevivir con menos de 1,90 dólares por día– aumentó en este 2020 por efecto de la pandemia por primera vez desde 1998, tras la crisis financiera asiática de 1997 (4). Asia del Sur es la zona más perjudicada en términos absolutos: 49 a 56,5 millones de personas más que las previstas antes de la pandemia deberían ubicarse bajo el límite de la pobreza extrema o permanecer allí este año. En lo que respecta al África subsahariana, se esperan 26 a 40 millones, lo cual confirma la posición del subcontinente como el de mayor tasa de pobreza extrema. La variación rondará entre los 17,6 y 20,7 millones de personas para los países en desarrollo de Asia Oriental (5); podría llegar a 4,8 millones en América Latina y 3,4 millones en la región de Medio Oriente-África del Norte. En total, según las cifras del Banco Mundial, de 88 a 115 millones de personas caerán bajo el umbral de los 1,90 dólares o permanecerán allí en 2020 por culpa de la pandemia. El crecimiento neto en la cantidad de muy pobres en relación a 2019 se ubicará entre los 60 y 86 millones.

Frenan planes contra pobreza
Desde 2013, la aceleración del cambio climático, del cual las poblaciones más pobres son las primeras víctimas, así como los nuevos conflictos, como los de Siria, Yemen y Sudán del Sur, venían frenando el descenso de la pobreza. “El gran confinamiento” terminó de liquidar el “Objetivo de Desarrollo Sostenible” relativo a la pobreza extrema que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se había fijado para 2030 y que apuntaba a reducir la tasa mundial al 3%. Esta tasa se ubicaba todavía en el 10% en 2015, lo cual correspondía a 736 millones de personas. Según el Banco Mundial, en 2030 debería ubicarse en torno al 7%. En julio, la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, en inglés) de las Naciones Unidas, hizo sonar las alarmas. Mark Lowcock, secretario general adjunto de la ONU para Asuntos Humanitarios, resumió la situación en el prólogo de su informe: “Las estimaciones recientes sugieren que unos seis mil niños morirán cada día por causas evitables, a causa de efectos directos o indirectos del Covid-19. El acaparamiento de recursos sanitarios podría generar la duplicación de muertes por sida, tuberculosis y malaria. El cierre de escuelas erosionará la productividad, reducirá los ingresos a lo largo de toda la vida y aumentará las desigualdades. La desaceleración económica, el aumento del desempleo y la baja en la frecuentación de las escuelas aumentarán las posibilidades de guerras civiles, lo cual provoca hambrunas y desplazamientos de poblaciones” (6).

Incluso sin nuevas guerras, el hambre aumentó notablemente. Según el informe de la OCHA, la pandemia la agravó en las zonas donde ya azotaba y creó nuevos epicentros. Sin una asistencia masiva y rápida de parte de los países ricos, la cantidad de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda podría alcanzar los 270 millones antes del fin de año, contra 149 millones antes de la pandemia. Ahora bien, en septiembre, de los 10.300 millones de dólares solicitados por la OCHA, solo le habían atribuido 2.500 millones de acuerdo al informe anual del secretario general de la ONU (7). Y no será el millón de dólares atribuido al Programa Alimentario Mundial por el premio Nobel de la Paz el que podrá colmar ese vacío. ¿Será porque el hambre no es contagiosa y no pasa las fronteras con los migrantes como el virus? El último 13 de octubre, el Banco Mundial otorgó 12.000 millones de dólares a los países en desarrollo para un programa de vacunación y de testeos anti Covid-19.

El éxodo urbano
Por otra parte, el programa “Cada mujer, cada niño”, lanzado por la ONU en 2010 y administrado en conjunto con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), advierte en su último informe que el cierre de escuelas debido a la pandemia significa que muchos niños y adolescentes no retomarán probablemente jamás ese camino en los países del Tercer Mundo (8). Y se expondrán por lo tanto a niveles mayores de violencia familiar y, en el caso de las niñas y adolescentes, a elevados (…)

Artículo completo: 3 956 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de noviembre 2020
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Gilbert Achcar

Profesor en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la Universidad de Londres. Autor del libro Les Arabes et la Shoah. La guerre israélo-arabe des récits, Sindbad - Actes Sud, 2009.

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