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En Alabama, el fracaso de una campaña para organizar a los trabajadores

Por qué los sindicatos estadounidenses perdieron contra Amazon

“David contra Goliat”. La comparación volvía una y otra vez en boca de los militantes que, en marzo pasado, organizaron un referéndum en torno a la creación de una sección sindical en BHM1, el inmenso depósito de Amazon en Bessemer, Alabama. No se trataba de una toma. Los obreros que operan en los almacenes, en su enorme mayoría afroamericanos, desafiaban a una de las empresas más poderosas del mundo, propiedad del hombre más rico del planeta (Jeff Bezos), en uno de los estados más conservadores de Estados Unidos.

Pero mientras en la Biblia el pequeño David termina por vencer al gigante Goliat, en Amazon Goliat aplastó a David. De los 5.805 empleados que trabajan en este sitio de ocho hectáreas, solo 738 votaron “sí” contra 1.798 que optaron por el “no”. Stuart Appelbaum, dirigente de la Retail, Wholesale Department Store Union (RWDSU), sindicato de la gran distribución, impugnó inmediatamente el resultado, acusando a Amazon de violar la neutralidad del escrutinio. Tras la derrota de una tentativa similar en 2014 en Delaware, el mastodonte de la venta en línea confirma así su estatuto de fortaleza inexpugnable para las organizaciones de trabajadores.

Un largo y difícil camino
En Estados Unidos, la implantación de un sindicato en una empresa se asemeja a un calvario. Una vez hecha la solicitud por parte de un empleado –en este caso un empleado de carga que, en el mes de agosto de 2020, había llamado a la RWDSU–, la organización primero debe demostrar ante la agencia federal de los derechos laborales, la National Labor Relations Board (NLRB), que el 30% de los trabajadores del sitio quieren crear una sección. Una vez superada esta etapa, y luego de una áspera campaña, se organiza un referéndum. El combate se lleva a cabo fábrica por fábrica, hipermercado por hipermercado, fast food por fast food: si el “sí” hubiera ganado en Bessemer, ese hecho no habría cambiado la situación del resto de los depósitos Amazon. Para los asalariados, comprometerse en semejante curso de acción implica una batalla larga y ardua, con represalias, en caso de derrota, contra quienes solicitaron la ayuda del sindicato; por lo general es el despido. En estas condiciones, resulta difícil sorprenderse de que sólo el 6,3% de los asalariados del sector privado estén sindicalizados en Estados Unidos.

En los últimos veinte años Amazon construyó en Estados Unidos 110 centros del tamaño de BHM1 y prevé levantar otros 33 (1). Con casi un millón de personas a su servicio, o sea casi una persona sobre 150 si se considera la población económicamente activa del país, la empresa es el segundo empleador privado a nivel nacional (en los próximos dos años debería superar a la cadena de hipermercados Walmart). La crisis sanitaria, con el desarrollo masivo de las compras en línea, impulsó aun más su actividad, hasta el punto en que resulta difícil medir el ritmo actual de incorporación de empleados en Amazon. Las contrataciones son muy fáciles de realizar porque el virus dejó brutalmente sin trabajo a millones de trabajadores. Según los historiadores, se trata de una situación sin precedentes, salvo quizás en los inicios de los años 1940, cuando las industrias contrataban gente a brazo partido para sostener el esfuerzo de la guerra (2).

Para describir la importancia que adquirió la empresa, el periodista Alec MacGuillis habla de un “efecto Amazon” que recompone el territorio estadounidense según una jerarquía de tres niveles: en la cima, “las ciudades que albergan las oficinas generales de Amazon y los empleados con buenos sueldos y buenos diplomas”, como Seattle, Washington o Boston; luego las “ciudades de depósitos”, que se ocupan de “la manutención y tienen empleos mucho peor remunerados”; y finalmente el resto del país, donde el comercio local quedó arruinado por el auge de las ventas en línea, sin ninguna creación de empleo en contrapartida, salvo la de repartidores (3).

Centros logísticos
Bessemer pertenece a la segunda categoría: las ciudades de depósitos. Emblema de los pequeños centros industriales en decadencia, con su tejido social debilitado luego del cierre en los años 1990 de la fábrica Pullman, que producía vagones de carga, Bessemer se parece a otras localidades elegidas por Amazon para implantar sus gigantescos centros logísticos, como Sparrows Point, en la periferia de Baltimore, o King of Prussia, cerca de Filadelfia. Las ciudades en crisis se desviven por atraer a la multinacional, que alienta así una puja fiscal a la baja. “Bessemer ofrece créditos impositivos competitivos, alquileres comerciales abordables, una mano de obra entrenada y un bajo costo de vida”, se ufana el sitio web de la cámara de comercio local, cuyos responsables no respondieron a nuestra solicitud de entrevista. Durante la campaña sindical, el alcalde demócrata Kenneth Gulley, en ejercicio desde 2010, se abstuvo de tomar posición. En febrero pasado, durante su “discurso sobre el estado de la ciudad”, saludó la llegada de Amazon y remarcó la “atmósfera pro-business” reinante en la ciudad sin decir una palabra sobre el conflicto.

Es verdad que los sindicatos no siempre tuvieron buena reputación entre los electores del Sur. Alabama forma parte del club de los veintisiete “right-to-work states” (“Estados del derecho al trabajo”), donde la ley autoriza a los asalariados a no realizar ningún aporte social, debilitando de hecho las tesorerías de las organizaciones de trabajadores. La legislación y el sistema fiscal muy favorables a las empresas impulsaron la instalación de grandes grupos automotrices, particularmente alemanes y japoneses, que conllevan todo un ecosistema de tercerizaciones. Alabama presenta la originalidad de albergar a la única fábrica de Mercedes Benz no sindicalizada del mundo.

En este contexto, la campaña lanzada en Bessemer fue una sorpresa: BHM1 es un depósito nuevo (abrió en marzo de 2020); ofrece 6.000 empleos con salarios que arrancan en los 15,30 dólares la hora, o sea, dos veces el salario mínimo en Alabama –un poco menos que un puesto en una fábrica automotriz, pero mejor que en Walmart (11 dólares la hora) o en un fast food (donde la paga tiende a alinearse con el salario mínimo)–. Además, Amazon ofrece una cobertura de salud desde el primer día de trabajo, algo que está lejos de ser la regla en el sector privado en Estados Unidos.

Largas jornadas
Cuando llegamos a fines de marzo a los locales de la RWDSU en Birmingham, la principal ciudad de Alabama, había caras largas. Visiblemente cansados por una maratón de varios meses, los organizadores reciben bajo la forma de un comité reducido un apoyo de peso. El actor Danny Glover ostenta una gorra de los Newark Eagles, una franquicia de la Negro National League, la liga de béisbol reservada a los negros en los tiempos de la segregación. Vino a motivar a la tropa, a palmear en la espalda a los organizadores y a contar su historia. Frente a él, en la sala de reuniones con los colores de la RWSDU (cuyo emblema representa una mano negra estrechando a otra blanca), están los trabajadores que simbolizaron la lucha en los medios, entre ellos Jennifer Bates, que contó sus condiciones de trabajo en el Senado por invitación de Bernie Sanders. Por el resquicio de la puerta se puede ver también a Darryl Richardson, el obrero que había llamado a la RWDSU en agosto.

A lo largo de una conversación de más de una hora, Glover alterna las bromas de cualquier situación de rodaje con momentos más graves, como cuando evoca a sus ancestros nacidos esclavos en Louisville, en la vecina Georgia, y a sus abuelos jornaleros que recogían el algodón para un propietario blanco. La abuela del actor hizo caso omiso de las convenciones y de las amenazas de los propietarios y envió a sus hijos a la escuela en lugar de hacerlos trabajar en los campos. Su madre, por su parte, se fue de Georgia a San Francisco y se convirtió en cartera. El actor recuerda el ambiente contestatario que reinaba en su casa. Siendo adolescente, leía en los diarios las historias de los militantes negros del Sur que “defendían sus derechos” y se plantaban en los taburetes de los restaurantes reservados para los blancos: “Eran mis héroes”.

Por su parte, Bates le cuenta la insoportable medición del tiempo que rige en Amazon, las necesidades urgentes imposibles de ser atendidas a tiempo debido a la extensión del hangar, las horas suplementarias anunciadas en el último minuto que complican el cuidado de los niños y el hartazgo de ver sus tareas determinadas y cronometradas por un algoritmo. “Nunca voy a entender cómo una persona espiritualmente sana puede organizar un sistema semejante y esperar que la gente viva una vida armoniosa. Con jornadas de diez, once, doce horas, ¿cómo se hace con la familia? Se preocupan porque los chicos (...)

Artículo completo: 4 582 palabras.

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Maxime Robin

Periodista.

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