La población de La Reunión se ha cuadruplicado desde que la isla se convirtió en un departamento francés en 1946. Para limitar la presión demográfica y evitar una explosión social, las autoridades siempre han fomentado la emigración a la Francia metropolitana. Pero esta dependencia de la antigua potencia colonial priva a los reunionenses de algunos de sus talentos. Los jóvenes aspiran cada vez más a quedarse y hablar su lengua materna.
La ruta nacional de 210 kilómetros que da la vuelta a La Reunión conecta las principales ciudades ubicadas a lo largo del litoral. Al entrar en la capital, los automovilistas no pueden perderse el cartel “Sin Dni”. Desde 2010, la escritura en créole [criollo de La Reunión] se ubica debajo de la escritura en francés: “Saint-Denis”. La iniciativa surgió tras la adopción por parte de la municipalidad de un estatuto común de bilingüismo. “Estos documentos tienen un alcance muy simbólico”, precisa el escritor Axel Gauvin, presidente de un organismo de promoción del bilingüismo: Lofis la lang kréol la rényon [Oficina del idioma criollo de La Reunión]. “Incluyen, por ejemplo, la posibilidad de casarse en criollo, de expresarse en criollo durante los concejos municipales, o simplemente de recibir en criollo a las personas a la entrada de la alcaldía”. En diez años, once de las veinticuatro comunas de la isla adoptaron este estatuto. “Es una manera de liberar la palabra, un pequeño paso hacia una mayor democracia”, afirma Axel Gauvin, autor de un libro de referencia sobre el tema (1).
El sol ilumina los grandes carteles que cubren las paredes del pequeño local de la asociación, apenas decorado. Fotos de “cabañas” con leyendas en ambos idiomas presentan la historia de las casas tradicionales reunionesas. En la puerta, un jardinero intercambia algunas palabras en criollo con la recepcionista de la oficina de turismo, ubicada al lado. Del otro lado de la calle, un grupo de obreros conversa alrededor de una mesa. Incluso siendo un principiante se puede adivinar el sentido de la charla en criollo del Norte, más cercano al francés que el criollo del Sur.
En La Reunión, únicamente el 10% de la población habla sólo francés. El 90% restante se expresa en ambos idiomas o exclusivamente en criollo. Con más de un 80% de las personas que lo declara como idioma materno, el criollo reunionés constituye en el idioma regional más hablado en toda Francia. Sin embargo, al ser despreciado socialmente, se conservó durante mucho tiempo únicamente en la esfera privada y familiar. “Hubo un largo trabajo de socavación”, analiza el profesor Guillaume Aribaud, mientras dispone en el aula las sillas en círculo para el “ritual” de cada mañana: el recibimiento en criollo de sus alumnos de último año de preescolar. Aribaud explica: “En 1946, la departamentalización pasaba por una política de asimilación y de no tomar en cuenta al criollo como idioma. Hoy asistimos a una lenta evolución en la esfera pública, pero la sociedad permanece marcada por todos esos estigmas”.
El futuro está lejos
Muchos reunionenses descubrieron su identidad lejos del Océano Índico. “Fue al dejar La Reunión para realizar mis estudios que comencé a interesarme realmente por la historia de mi isla. Tengo la impresión de haberme redescubierto al vivir a 10.000 km. El libro de Axel Gauvin me ayudó a reconciliarme con mi cultura y comprender por qué sentía vergüenza al hablar en mi lengua materna”, cuenta Sébastien Clain, de 35 años, autor del documental Kisa nou lé [¿Quiénes somos?].
Cada año, cerca de 2.000 estudiantes, o sea el 20% de quienes terminan el colegio secundario, dejan La Reunión. Se benefician, para ello, de dispositivos financieros desarrollados por el Consejo Departamental y también por el Estado regional. La Agencia de Ultramar para la Movilidad (LADOM) se hace cargo del pasaje de avión de los estudiantes menores de 26 años que viajan a la Francia metropolitana (o a otro Departamento de Ultramar, DOM) para llevar a cabo estadios de formación, ya sea porque la disciplina que les interesa está saturada en la isla –particularmente en los oficios de trabajo social y paramédico– o porque no existe –ciencias políticas, psicología, ingeniería agrícola, por ejemplo–.
Además, la región concede becas de hasta 4.600 euros por año, renovables durante cinco años. En paralelo, un sinfín de programas les permite a los habitantes de La Reunión ir a estudiar o a firmar un contrato de trabajo en la Francia continental. LADOM los concede como parte de los cursos de formación en movilidad para los solicitantes de empleo “que deseen mejorar su empleabilidad”. Es preciso señalar que la dualidad entre demografía y empleo sigue siendo omnipresente en La Reunión. Si bien el número de puestos de trabajo aumentó considerablemente desde hace veinte años, la densidad en la isla representa casi tres veces el promedio de Francia, y la tasa de desempleo más del doble. La desocupación afectó al 40% de los habitantes de La Reunión entre 15 y 29 años en 2019. En un contexto en el que la franja de los menores de 25 años en el seno de la población local es una de las más elevadas de las regiones francesas, la incitación a la emigración no es nueva.
En 1946, La Reunión pasó del estatus de colonia francesa al de departamento. En los años siguientes, la natalidad (51% en 1951) y el crecimiento de la población (3,5% por año en 1954) alcanzaron picos mundiales (2). Si bien la fecundidad bajó de 7 hijos por mujer en los años 50 a 2,4 hoy, todavía sigue siendo superior a la de la metrópolis (1,8). Desde 1952, el diputado reunionés Raphaël Babet impulsó un proyecto de colonización agrícola en Madagascar. En 1963, el reunionés Michel Debré, quien acababa de renunciar a su puesto de Primer Ministro, fue elegido como diputado (una elección manchada por el fraude) contra Paul Vergès, el jefe del Partido Comunista reunionés, que preconizó la autonomía. Debré creó la Oficina para el Desarrollo de las Migraciones en los Departamentos de Ultramar (BUMIDOM) que apoya la idea de un “imperativo migratorio” de La Reunión hacia la metrópolis.
Así, entre 1963 y 1981 el Estado acompañó a 160.300 antilleses y reunioneses en su instalación en la Francia metropolitana. Durante ese mismo período, dos mil niños que estaban a cargo de la Ayuda Social para la Infancia (ASE) fueron trasladados a la fuerza a la campiña francesa. Esta operación, conocida como “los niños robados de la Creuse”, suscitó demandas contra el Estado por “secuestro”. Estas demandas, realizadas por varias de las víctimas, quedaron sin efecto en el año 2000 por prescripción de la causa. Aún hoy, víctimas y asociaciones siguen sin respuesta, individual o colectiva, pese a las conclusiones entregadas en 2018 por una comisión de información e investigación histórica. “En esa época, esta voluntad política –analiza la socióloga Lucette Labache (3)- respondía a tres necesidades de regulación social: educir el crecimiento demográfico del departamento; frenar la explosión social y las reivindicaciones políticas causadas por el subempleo; y proveer a la metrópolis de mano de obra en cantidad para ciertos sectores tan específicos como hospitales, correos y telecomunicaciones o transporte público”. Una “válvula de seguridad” en un contexto de reivindicaciones autonomistas, según Wilfrid Bertile, geógrafo y fundador del Partido Socialista reunionés, en 1972. Tras el levantamiento del barrio de Chaudron en Saint-Denis en 1991, el concepto de movilidad fue reemplazando progresivamente al de migración. “Frente a la urgencia de la situación social, se impone la idea de movilidad […] para la juventud reunionesa”, continúa Lucette Labache. Con menos connotaciones que la palabra “migración”, el término “movilidad” tiene un sentido más positivo. En esta lógica, el BUMIDOM se convierte en la Agencia Nacional para la Inserción y la Promoción de los Trabajadores de Ultramar (ANT), que finalmente se transforma en la Agencia de Ultramar para la Movilidad (LADOM), en 2010.
Un eslogan paradójico aparece en inmensos carteles bordeando las calles de las principales ciudades de la isla: “Un oficio allá es un futuro aquí”. Emana de otro organismo, específico de La Reunión: el Comité Nacional de Recibimiento y de Acciones para los Reunioneses Movilizados (CNARM). Financiado en parte por el Consejo Departamental, impulsa contratos de profesionalización o de aprendizaje en los sectores de restauración, construcción y transporte en suelo metropolitano, destinados a trabajadores poco o nada calificados. Fundado asimismo bajo el impulso de Michel Debré en 1963, el CNARM representa uno de los instrumentos de la continuidad territorial, un principio de servicio público con miras a reforzar la cohesión entre diferentes territorios de un mismo Estado, compensando las desventajas ligadas a su distancia geográfica. Entre 2015 y 2019, 11.084 solicitantes de empleo se beneficiaron del programa de movilidad del CNARM, que se jacta de “hacer de la movilidad profesional una (…)
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