El presidente salvadoreño Nayib Bukele, elegido en junio de 2019, pretende reducir la criminalidad en su país llevando a cabo encarcelamientos masivos en desafío a las libertades individuales y los derechos humanos. Muy activo en las redes sociales, también se adorna con la imagen de un hombre apasionado de la tecnología y promotor mundial de las criptomonedas. Pero esta combinación no oculta la escasez de su programa político.
Un grupo de turistas con pantalones cortos con flores hawaianas, gorras de skater y protector solar mal desparramado en la cara deambula por las calles arenosas de El Zonte, un punto de surf situado a una hora de la capital de El Salvador, el país más pequeño de América Central. Hablan inglés con acento estadounidense, australiano y hasta alemán. Palos de selfie en mano, posan con un cóctel frente a un hermoso atardecer anaranjado y contemplan boquiabiertos las tortugas recién nacidas que corren torpemente hacia sus primeras olas. Siempre tienen sus smartphones de última generación a mano, sobre todo para pagar los cocos y las pupusas (tortas de maíz rellenas de queso y alubias) en bitcoin con un código QR.
La criptomoneda se probó durante dos años en El Zonte, rebautizado como “Bitcoin Beach” (la playa del bitcoin). El 8 de junio de 2021, el presidente salvadoreño Nayib Bukele decidió convertirlo en “moneda” de curso legal, una primicia en el mundo, a pesar de que el activo carece de las propiedades clave de una moneda (1). En el marco de la cumbre “Adopting Bitcoin” (Adoptar el bitcoin), que se celebró del 15 al 17 de noviembre de 2022 en la capital, los extranjeros están aquí en peregrinación. Entre los ponentes, algunos aún no han comprado un billete de avión de regreso a sus países de origen. “Me estoy planteando mudarme aquí –reflexiona Jesse Shrader, cofundador de Amboss, una startup con sede en Estados Unidos–. Con el colapso de FTX [la segunda plataforma más importante de criptomonedas, el 11 de noviembre], es posible que Estados Unidos empiece a regular. Aquí hay más libertad.”
Desde que se adoptó el bitcoin, El Salvador se ha convertido en el paraíso de los tecnófilos libertarios que ven en este activo descentralizado el comienzo de su utopía. “Mucha gente que viene del mundo de la tecnología, creadores de contenido, influencers o nómadas digitales se han mudado aquí”, explica Jeremy, un ex militar estadounidense que se instaló recientemente en El Salvador y pide mantener el anonimato. Poco después de su llegada, fundó una estructura para acompañar esta nueva diáspora en sus trámites administrativos. “La mayoría viene de países como Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos, Bélgica, Países Bajos y Dinamarca –explica desde su penthouse situado en un barrio de lujo de la capital–. Pensaban que vivían en democracias liberales, pero tras las restricciones vinculadas a la pandemia se dieron cuenta de hasta qué punto el Estado controlaba su vida cotidiana. Empezaron a mirar a su alrededor para ver si el jardín no era un poco más verde en otras partes.”
Bukele, de cuarenta años, miembro de la Generación Y, amante de la tecnología, está haciendo realidad todas sus fantasías. El 21 de noviembre de 2021 anunció la construcción de una Bitcoin City al pie del volcán Conchagua, en el este del país. “Cuando Alejandro Magno conquistó el mundo, creó su Alejandría –explicó entonces desde el podio al que acababa de subir al son de You Shook Me All Night Long de AC/DC–. Para que el bitcoin se extienda por el mundo, necesitamos construir la primera Alejandría [del bitcoin] aquí en El Salvador.” La construcción de la ciudad se financiará mediante la emisión de 1.000 millones de dólares en bonos respaldados por criptoactivos, conocidos como los “volcano bonds”. Sus operaciones de minado se alimentarán de la energía geotérmica del volcán. Aparte del Impuesto sobre el Valor Agregado (IVA), la ciudad no recaudará ningún impuesto. “Un paraíso de libertad”, concluye Jeremy.
Por ahora, sin embargo, sólo los entusiastas del bitcoin disfrutan realmente de este paraíso. Más allá de las fronteras de El Zonte, el país se asemeja casi siempre a una prisión gigante. El 26 de marzo de 2022, tras la probable ruptura de una tregua, El Salvador vivió el día más sangriento de las dos últimas décadas: más de 62 personas fueron masacradas por las pandillas M-13 y Barrio-18. Al día siguiente, Bukele decretó el estado de emergencia. Desde entonces, la policía patrulla las calles y ciudades enteras han sido rodeadas por el ejército. Más de 60.000 personas han sido encarceladas (2), lo que convierte a El Salvador en uno de los países con mayor índice de detenciones del mundo. Según el World Prison Brief, que utiliza datos de las Naciones Unidas, el índice de encarcelamiento de El Salvador es de 1.086 personas por cada 100.000 habitantes. Según un artículo del 26 de julio de 2022 de La Prensa Gráfica, el periódico más importante de El Salvador, que se basa en datos de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), el índice asciende a 1.220 presos por cada 100.000 habitantes. Ante la explosión de la población carcelaria, el gobierno inauguró el 2 de febrero de 2023, tras una construcción exprés, un “centro de aislamiento para terroristas” destinado a albergar a 40.000 presos más.
¿Una ciudad futurista a unos pasos de una cárcel? “El caparazón de Bukele está pintado con colores muy vivos, frescos y cool –analiza la diputada de la oposición Claudia Ortiz, del partido Vamos, que nos recibe en su despacho de la Asamblea Legislativa–. Pero por dentro esconde un trasfondo autoritario que recuerda nuestra historia reciente.” Entre 1980 y 1992, una guerra civil caracterizada por la violencia de las Fuerzas Armadas dejó cerca de 75.000 muertos y casi 8.000 desaparecidos. En el momento de su elección, en febrero de 2019, Bukele encarnaba una esperanza de renovación. “El país puede por fin dar vuelta la página de la posguerra y abrazar el futuro”, declaró la noche de su victoria con el 53% de los votos en la primera vuelta, bajo la bandera del partido conservador Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA). A sus 37 años, el joven candidato acababa de romper con el bipartidismo de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA, derecha) y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN, izquierda), que se habían sucedido en el poder desde el fin de la guerra civil, sin conseguir erradicar la violencia ni la pobreza. (…)
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