Pensadores revolucionarios como Friedrich Engels o Rosa Luxemburgo se interrogaron sobre las posibles divergencias entre las reivindicaciones nacionalistas y los imperativos de la lucha de clases. Confrontados a esa misma cuestión, Lenin y Trotski subordinaron los intereses nacionales a los del proletariado.
Solidarios de la lucha de los ucranianos contra la agresión rusa, algunos militantes de izquierda han elevado el derecho a la libre autodeterminación de los pueblos a la categoría de principio absoluto. Los que se proclaman seguidores de la tradición marxista no dudan en apelar a ella para justificar su compromiso. En realidad, tanto Karl Marx como Friedrich Engels y algunos de los marxistas revolucionarios que los sucedieron se plantearon el asunto del derecho de autodeterminación sin ver en él una exigencia inviolable al margen de las circunstancias históricas.
Al hilo de sus reflexiones sobre el periodo de revoluciones y contrarrevoluciones en la Europa de mediados del siglo XIX –conocido por el nombre de “primavera de los pueblos”–, Engels publicó una serie de artículos particularmente virulentos contra las pretensiones de autonomía nacional de eslavos, checos, serbios, moravos, rutenos, croatas y eslovenos; pretensiones que los Habsburgo instrumentalizaron para alzarlos contra las revoluciones democráticas en Austria, Hungría e Italia: “Los paneslavistas […] se enfrentaban a un dilema infernal: o bien renunciar a la revolución y confiar a la monarquía imperial la tarea de salvar al menos parcialmente la nacionalidad, o bien renunciar a la nacionalidad y salvar la revolución […]. La suerte de la revolución en el este de Europa dependía, pues, de la postura adoptada por los checos y los eslavos del sur. […] En el momento decisivo, traicionaron la revolución y la entregaron a San Petersburgo y Olomouc en nombre de sus mezquinas esperanzas nacionales” (1). En el mismo orden de ideas, Marx señaló que “en Viena, los croatas, panduros, checos, serechanos y otros granujas harapientos de la misma calaña han estrangulado la libertad germánica, y en este momento el zar es omnipresente en Europa” (2).
Estos textos de Engels y Marx fueron severamente criticados por el historiador ucraniano Román Rosdolsky, aduciendo que Engels, en su opinión, había querido establecer una teoría esencialista según la cual habría pueblos capaces por naturaleza de acceder a la autodeterminación nacional (alemanes, polacos, húngaros, italianos…) y otros que no, como los eslavos y, entre ellos, los ucranianos, pueblos a los que Engels calificó de “sin historia” (3). No obstante, nada refrenda tal afirmación. Engels se ciñó al análisis concreto del contexto que imperaba en Europa entre 1846 y 1849 a través de un triple prisma: el del desarrollo del capitalismo por aquella época en el este y el sur europeo, el del tipo de confrontaciones de clase que resultaban de aquel y, por último, el de la potencialidad de revueltas, insurrecciones y revoluciones en las que era pródiga la secuencia histórica de entonces, sin entrar en mayores generalizaciones.
Rosa Luxemburgo se mostró igual de radical a este respecto. Para ella, en el contexto de los enfrentamientos antimperialistas que llevaron al estallido de la Primer Guerra Mundial, “la defensa de la patria es una pura ficción que impide toda visión de conjunto de la situación histórica en su contexto mundial. […] En esta época de imperialismo desatado, no puede haber guerras nacionales. […] Los pequeños Estados nación, cuyas clases dirigentes son los juguetes y los cómplices de sus camaradas de clase de los grandes Estados, solo son peones en el juego imperialista de las grandes potencias” (4).
No obstante, contrariamente a lo que suele afirmarse, Rosa Luxemburgo no se mostraba en absoluto opuesta al principio del derecho de las naciones a disponer de sí mismas. En su crítica de la socialdemocracia tras la Gran Guerra, precisa: “Es cierto, el socialismo reconoce a todos los pueblos el derecho […] a disponer libremente de su propio destino. Pero presentar los actuales Estados capitalistas como la expresión de ese derecho a la autodeterminación es una verdadera burla al socialismo” (5). Por eso, en (…)
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