Afirmar que es más fácil empezar una guerra que terminarla es un lugar común. La que está llevando a cabo Israel en la Franja de Gaza se presenta ya como un ejemplo particularmente convincente de ese adagio. Para la extrema derecha israelí, predominante en el gobierno formado por Benjamin Netanyahu a fines del 2022, la operación Tormenta de Al-Aqsa lanzada por Hamas el pasado 7 de octubre brindó la oportunidad ideal para poner en marcha su proyecto de un Gran Israel que incluya Cisjordania y Gaza, es decir, la totalidad de la Palestina del Mandato Británico (1920-1948).
La raíz político-ideológica de la que surgió el Likud, dirigido ininterrumpidamente por Netanyahu desde 2005 (lo había dirigido anteriormente una primera vez entre 1996 y 1999), está constituida por una rama de inspiración fascista, conocida bajo el nombre de “sionismo revisionista”, originado en el período de entreguerras. Antes de la fundación del Estado de Israel, esa corriente militaba por incluir en el proyecto estatal sionista la totalidad de los territorios bajo mandato británico de un lado y del otro del Jordán, incluyendo Transjordania, asignada por Londres a la dinastía hachemita. Posteriormente, habiendo centrado su ambición en el Mandato de Palestina, reprochó al sionismo laborista dirigido por David Ben Gurion haber frenado el combate en 1949 sin apoderarse de Cisjordania y de Gaza.
Apartheid oficial
Para Ben Gurion y sus compañeros, ello quedaría para más adelante: los dos territorios fueron ocupados en 1967. Desde entonces, el Likud presionó constantemente al sionismo laborista y a sus aliados sobre la situación de aquellos territorios. En lugar de huir de los combates como en 1948, en 1967 las poblaciones de Cisjordania y de Gaza, en su gran mayoría, se aferraron a sus tierras y a sus viviendas. Habían aprendido la lección: el 80% de los habitantes palestinos del territorio en el cual el Estado de Israel se había finalmente establecido en 1949, es decir, el 78% del Mandato de Palestina, había huido en busca de un refugio temporal, que resultó definitivo, dado que el nuevo Estado les prohibió retornar. Este desposeimiento es el meollo de lo que los árabes llaman la Nakba (la catástrofe) (1).
Dado que en 1967 el éxodo palestino no se reprodujo (no obstante, 245.000 palestinos, en su mayor parte refugiados de 1948, huyeron hacia la otra orilla del Jordán), el gobierno israelí se enfrentó al dilema de que la voluntad de anexión estaba obstaculizada por un factor demográfico: apoderarse de los dos territorios otorgando la ciudadanía israelí a sus habitantes pondría en peligro el carácter judío del Estado de Israel; anexarlos sin naturalización comprometería su carácter democrático (una “democracia étnica”, según el sociólogo israelí Sammy Smooha), creando un apartheid oficial. La solución que se encontró para este dilema –conocida bajo el nombre de Plan Allon, por el nombre del viceprimer ministro Yigal Allon, que lo elaboró en 1967-1968– consistió en apoderarse a largo plazo del Valle del Jordán y de las zonas con baja densidad de población palestina en Cisjordania y considerar la restitución del control de las zonas pobladas a la monarquía hachemita.
Opuesto ese proyecto, el Likud militaría sin descanso por la anexión de los dos territorios ocupados en 1967 y por su colonización integral con ese propósito, sin limitarse a las zonas consideradas por el Plan Allon en Judea y Samaria (denominación bíblica de las regiones de las cuales Cisjordania constituye una parte). Ganó las elecciones en 1977: menos de treinta años después de la fundación del Estado de Israel, la extrema derecha sionista lograba obtener el mando. Lo mantendría durante la mayor parte de los 46 años transcurridos desde entonces, de los cuales más de dieciséis bajo la dirección de Netanyahu, con un desplazamiento continuo hacia una derecha aun más extrema.
El levantamiento popular palestino conocido con el nombre de Primera Intifada, iniciado a fines de 1987, puso en peligro la hegemonía del Likud y la perspectiva del Gran Israel. Los laboristas volvieron al poder en 1992 bajo la dirección de Isaac Rabin, decididos más que nunca a poner en práctica su plan de 1967. Dado que la monarquía jordana había rechazado oficialmente la administración de Cisjordania en 1988, en plena Intifada, fue reemplazada como interlocutor por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). La dirección de la central palestina aceptó abandonar provisoriamente las condiciones sine qua non de la retirada a largo plazo del Ejército israelí de la totalidad de los territorios palestinos ocupados en 1967 y el desmantelamiento a la larga de las colonias empezando por el cese de su expansión. Así es como pudieron celebrarse los Acuerdos de Oslo, firmados en Washington por Rabin y Yasser Arafat en septiembre de 1993 bajo el patrocinio del presidente estadounidense William Clinton.
Desmantelan colonias
En 1996, el Likud volvió al poder bajo la dirección de Netanyahu, pero tres años más tarde fue vencido nuevamente por los laboristas conducidos por Ehud Barak. Netanyahu debió renunciar y fue reemplazado a la cabeza del partido por Ariel Sharon. Este condujo al Likud a la victoria en 2001, tras haber provocado el estallido de la Segunda Intifada al acudir al Monte del Templo de Jerusalén en el otoño del 2000. En 2005, llevó a cabo una retirada unilateral israelí de la Franja de Gaza, con el desmantelamiento de las pocas colonias que habían sido establecidas allí, satisfaciendo así a los militares puestos a prueba por la dificultad de controlar ese territorio muy densamente poblado. Sharon estaba interesado sobre todo en la anexión de la mayor parte posible de Cisjordania, siguiendo la opción perfilada por el Plan Allon en modo maximalista y unilateralista.
Netanyahu, al que Sharon había confiado la cartera de finanzas, renunció estrepitosamente al gobierno en protesta contra la retirada de Gaza. Mencionó razones de seguridad, adulando al mismo tiempo a la base más ideologizada del Likud, así como al movimiento de los colonos. Encontrándose en una posición delicada dentro de su propio partido, Sharon lo abandonó en el otoño de 2005, cediendo el lugar a Netanyahu. De regreso en el cargo de Primer Ministro en 2009, este último se mantendría en él hasta junio de 2021, batiendo el récord previamente detentado por Ben Gurion. Recuperó el puesto en diciembre de 2022 por medio de una alianza con dos partidos de la extrema derecha sionista religiosa, calificados en Haaretz de “neonazis”, incluso por el historiador israelí de la Shoah, Daniel Blatman (2).
Limpieza étnica
El partido Fuerza Judía, dirigido por Itamar Ben Gvir, desciende en línea directa del Kach fundado por el supremacista judío Meir Kahane, quien proponía el “traslado” inmediato de los árabes fuera de la “tierra de Israel”, es decir, la limpieza étnica de la totalidad del territorio entre el Mediterráneo y el Jordán (3). En cuanto a Bezalel Smotrich, jefe del Partido Sionista Religioso, dio que hablar en octubre de 2021 al decirles a los diputados árabes de la Knesset: “Es un error que Ben Gurion no haya terminado el trabajo y no los haya expulsado en 1948” (4).
Así, el actual gobierno israelí está controlado por hombres animados por el deseo de hacer realidad el Gran Israel por medio de la anexión de los territorios conquistados en 1967 y la expulsión de las (…)
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