La coalición de ultranacionalistas laicos y religiosos en el poder en Israel no tiene precedentes, pero el imaginario mesiánico empezó a prosperar en el país bastante antes de 2022. Desde los inicios del sionismo, hubo un discurso que se tomó de lo religioso para conferir una legitimidad adicional al proyecto. Esta retórica invoca términos como “Tierra Prometida” y esperanzas judías bimilenarias de reunión de los exiliados a pesar del ateísmo de la mayoría de los pioneros sionistas. A pesar de su desdén por los judíos religiosos –“retrógrados”, “pasivos” – a los que desean sustituir por judíos racionales, voluntariosos y trabajadores, aptos para reconstruir la nación judía en la Tierra de Israel. Liberales o ultraortodoxos, los religiosos ven la emergencia del proyecto sionista como una traición a la tradición. Denuncian una instrumentalización del judaísmo al servicio de una religión nacional.
El académico Amnon Raz-Krakotzkin evoca a propósito de este punto un mesianismo laico: “porque están en el núcleo del mito sionista laico”, cree, el mesianismo y el nacionalismo hoy se refuerzan mutuamente en Israel. “Los colonos no inventaron nada. Su posición no difiere de la de los sionistas laicos, simplemente llevan al extremo sus consecuencias lógicas” (1). Para este historiador del judaísmo, y para otros junto con él, el sionismo se presenta como un desvío de los conceptos fundamentales del judaísmo, entre ellos los de exilio y redención. Porque “la esencia del judaísmo es la idea de que la existencia es un exilio”. El del pueblo de Israel tras la destrucción del Segundo Templo, que la tradición presenta como la consecuencia de un alejamiento de los preceptos divinos: “A causa de su iniquidad (...) la casa de Israel fue desterrada” (Libro de Ezequiel, 39:23). Pero en esta relegación, los judíos deben observar los mandamientos de la Torá y, mediante sus buenas acciones, reparar el mundo. Por lo tanto, la lejanía tiene también una dimensión espiritual –otro historiador, Yakov Rabkin, la describe como un “estado del mundo en el que la presencia divina está escondida ” – y una significación universal, para la humanidad en su conjunto. “El exilio se refiere a una ausencia fundamental”, resume Raz-Krakotzkin, “designa la imperfección del mundo y sostiene la esperanza de su cambio”.
El sionismo reduce el exilio a su dimensión material, a una injusticia perpetrada por otras naciones a la que hay que remediar mediante la creación de un hogar en Palestina. Semejante relectura implica, por una parte, establecer un vínculo entre la historia judía relatada en la Torá y la proclamación del nacimiento del Estado de Israel en 1948, y por la otra, hacer abstracción de los diferentes contextos en los que vivió la diáspora judía durante casi dos mil años, para privilegiar un mito nacional (2). Elaborada por la escuela de Jerusalén alrededor de las figuras de Ben-Zion Dinur y Yitzhak Baer–, esta concepción sionista de la historia judía es la que prevalece en las escuelas laicas de Israel. Nadav, un franco-israelí de 32 años, lo cuenta de este modo: “En realidad no eran clases de religión, y tampoco de historia. Pero leíamos los textos de la (…)
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