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Desconfianza hacia el Estado, por derecha y por izquierda

EEUU: el derecho divino a estar armado

En Estados Unidos cerca de 50 millones de personas portan armas, y su venta no deja de aumentar cada año. Si bien la mayoría de los portadores son conservadores republicanos dispuestos a defender la Segunda Enmienda de la Constitución que les garantiza el derecho a portar un arma, se les unen, por lo bajo, numerosos demócratas y progresistas ahora comprometidos con el principio de autodefensa.

Con un movimiento rápido y enérgico, se carga la bala accionando la culata. Con el arma firmemente en la mano, con ambos brazos extendidos, con el cañón apuntando al blanco, el ojo guía la alineación de las miras delantera y trasera. Después, respirando con calma, el dedo índice se apoya suavemente sobre el gatillo. Entonces, en una fracción de segundo, el universo explota: el casquillo es eyectado hacia el costado, la detonación hace estallar los tímpanos pese a los auriculares anti ruido, y la fuerza de retroceso del arma impulsa la parte superior del torso hacia atrás mientras el cañón se eleva unos diez centímetros. El mundo después de la explosión es el olor acre e invasivo de la pólvora.

Con ayuda de unos largavistas, Sandra examina el blanco colocado sobre un soporte de madera plantado en el árido suelo del campo de tiro. Con una amplia sonrisa en los labios, coloca su Smith & Wesson MP Shield calibre 40 sobre la mesa y exclama: “¡En el blanco!”. Esta joven asistenta de cuidados de origen mexicano se entrena desde hace muy poco tiempo con armas de fuego. Nos la cruzamos un sábado por la mañana junto con otros miembros del Ben Avery Shooting Facility ubicado en el norte de Phoenix, la capital de Arizona.

En pleno desierto, rodeado de altos cactus saguaros, este gun range [campo de tiro] se extiende sobre 668 hectáreas. Dentro de lo que es la mayor instalación pública de este tipo en Estados Unidos, se despliega, hasta donde alcanza la vista, una hilera de pequeñas mesas de tiro de cemento coronadas por un techo rústico de chapa, detrás de las cuales los tiradores, solos o en familia –se permite la entrada a partir de los 5 años–, hacen prácticas con una o varias armas, desde carabinas de aire comprimido hasta fusiles de largo alcance, pasando por las armas semiautomáticas. Todos repiten los mismos gestos con aplicación y método. Nada los desconcentra esa mañana, ni siquiera el calor, dado que el termómetro ya marca 43°C. Lo único que importa es el blanco, sus círculos concéntricos, sus rostros humanos o sus pequeños alienígenas coloridos que tanto gustan a los más jóvenes.

Todo transcurre sin fricciones ni contratiempos. El acento se pone en la seguridad –es obligatorio llevar casco y anteojos protectores–, la disciplina –los casquillos esparcidos por el suelo deben levantarse al final de la sesión con escobas que se dejan a disposición de los tiradores– y la convivialidad –las mesas de picnic están equipadas con asadores y están dispuestas a la salida del gun range, lugar donde uno se puede quedar acampando–.

“Gun culture” generalizada

“Desde la pandemia de Covid, los negocios van bastante bien”, se alegra John, propietario de una armería en Cave Creek, en los suburbios al norte de Phoenix. Las ventas de armas en Estados Unidos suelen seguir un ciclo de expansión y recesión. Y aunque su explosión durante la pandemia era previsible debido a la sensación de inseguridad, el perfil de los compradores no lo era: en 2020 se compraron 23 millones de armas de fuego, y 8,4 millones de los compradores las adquirían por primera vez (1). Detrás de su mostrador vidriado en el que expone modelos de todos los tamaños, John confirma: “No son los clientes habituales”. Un estudio publicado en diciembre de 2021 indica que alrededor de la mitad de ellos son mujeres y que 40% pertenece a una minoría racial, como Sandra (2).

“Compré mi primera arma en 2016, en el momento de la elección de Donald Trump”, nos explica Colette Jennings, una mujer afroamericana de unos treinta años, ante un plato de papas fritas y una gaseosa en un fastfood de Tucson, la segunda ciudad más grande de Arizona. “Como muchas personas negras, estaba preocupada por los ataques contra afroamericanos durante los encuentros políticos de su partido y por los comentarios de odio de sus partidarios en las redes sociales”. Desde entonces, no se separó de su arma. Cuando la policía asesinó a George Floyd en mayo de 2020 y se desencadenó una serie de manifestaciones en todo el país bajo el lema “Black Lives Matter”, Jennings decidió incluso militar por la defensa de la segunda enmienda de la Constitución estadounidense, que se supone que garantiza el derecho a poseer y portar armas.

Su caso ilustra el aumento en más de un 25%, mayoritariamente femenino, de los miembros de la National African American Gun Association (NAAGA) en 2020, en el momento crítico de ese período convulsionado. La Asociación, creada en 2015, cuenta hoy con casi 50.000 miembros. Y esto ocurre pese a que la posesión de un arma de fuego por parte de un afroamericano no sea algo que haya que dar por sentado. Por llevar un arma en su bolso, el hermano de la señora Jennings fue detenido. Pocos blancos conocen semejante desventura.

Ya en 1967, el gobernador de California –un tal Ronald Reagan– promulgaba la Mulford Act, que prohibía la portación visible de un arma en el espacio público sin permiso. En verdad, su intención era desarmar a los miembros de las Black Panthers que patrullaban legalmente las calles de Oakland para “funcionar como policía de la policía”. Angela Stroud, socióloga en el Northland College (Wisconsin), sostiene que las leyes de control de armas de fuego en Estados Unidos fueron siempre un “instrumento de opresión de los afroamericanos” (3), para impedir las rebeliones en las plantaciones y frenar el acceso a la ciudadanía a través de leyes segregacionistas –las que se conocieron como leyes “Jim Crow” y que fueron implementadas entre 1877 y 1964. “Merecemos tener el derecho de portar armas de fuego porque somos los ciudadanos estadounidenses por excelencia”, considera desde entonces Philip Smith, fundador y presidente de NAAGA. “Combatimos y morimos por este país siendo nada más que esclavos. El derecho no nos viene de Dios sino de nuestra ciudadanía estadounidense” (4).

En 2020, Estados Unidos registró 19.613 homicidios con armas de fuego (5). Un aumento histórico del 25% respecto al año anterior, y un punto de inflexión. El umbral simbólico de las 20.000 muertes fue superado más tarde, en 2021 y 2022 (21.068 y 20.390). En este contexto, marcado también por el aumento de los “fusilamientos masivos” (es decir, que dejaran al menos cuatro muertos), los afroamericanos no son los únicos que se arman. Philip Gómez, un estudiante de derecho de origen mexicano de la Universidad de California en Berkeley, decidió crear la Latino Rifle Association después de que un hombre armado dejara 23 víctimas en un supermercado Walmart de El Paso, en Texas, en agosto de 2019, donde había ido con la única intención de matar tantos inmigrantes y mexicanos como fuera posible. Según Gómez, la Latino Rifle Association debería permitir a sus miembros entrenarse en defensa personal armada sin tener que frecuentar los guns clubs donde ondean banderas confederadas y las armas exhiben calcomanías que dicen “Build the Wall”, en referencia al muro levantado por Trump en la frontera mexicana.

La comunidad LGBTQ (lesbianas, gays, bisexuales, trans y queer) también se está organizando, como explica Jason D, presidente de la rama de los Pink Pistols de Phoenix, un club de propietarios de armas de fuego para personas que pertenecen a una minoría de género o sexual. Nos encontramos con él al finalizar una sesión de entrenamiento en Shooter’s World, un stand de tiro ubicado en los suburbios pobres e industriales de Phoenix: “Es uno de los pocos lugares donde no somos hostigados, donde se acepta a los miembros de mi comunidad. Venimos una vez por semana, pero no me gustan las armas, no me gusta disparar”. Al enumerar los últimos ataques homofóbicos y transfóbicos con armas de fuego, el más mortífero de los cuales dejó 50 muertos en una discoteca gay de Orlando (Florida) en 2016, concluye: “No tengo más remedio que llevar permanentemente un arma conmigo”.

El sociólogo David Yamane, profesor de la Universidad de Wake Forest y fundador del blog “Gun Culture 2.0”, explica que, si bien el propietario tipo de un arma de fuego en Estados Unidos es blanco, mayor, varón, políticamente conservador, sureño y rural, la “gun culture” siempre excedió este perfil. “De (...)

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, enviados especiales Maëlle Mariette y Franck Poupeau

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