En sus formas más visibles e institucionales, la democracia parece salir ganando de la primera vuelta de la campaña presidencial francesa. Al privilegiar a los representantes de los dos principales partidos que se alternan en el poder, los resultados del 22 de abril de 2007 habrían puesto nuevamente en su lugar la confrontación política habitual, y la sustitución del Frente Nacional por la Unión por la Democracia Francesa (UDF) en el papel de outsider devolvería con creces a la democracia sus referencias corrientes. Las reglas de financiamiento público y el acceso igualitario (durante algunas semanas) de todos los candidatos a los canales nacionales contribuyeron a ampliar la lucha política. Finalmente, la tasa de participación (83,78%) parece registrar el rencuentro encantado de los ciudadanos con la vía de las urnas. ¿Cómo no alegrarse de alguno de estos aspectos?
Sin embargo, bajo esta aparente reconciliación de la democracia consigo misma, la campaña presidencial puso al descubierto fenómenos que perturban su funcionamiento rutinario. La incierta coyuntura en la que comenzó la campaña llevó al extremo un mecanismo que ofrece un poder único a aquellos cuyo principal crédito proviene de sus relaciones con actores cada vez más determinantes en política (encuestadoras, prensa, patronal). Las reglas de la competencia resultaron modificadas.
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