Simón Rodríguez, ese formidable maestro de todos nosotros que acompañó en su periplo a Simón Bolívar, ocupó su vida entera en imaginar, diseñar, construir los fundamentos de una propuesta educativa a partir de la explosión de la creatividad de nuestros pueblos, ésa que sólo puede explicarse por la aspiración irrenunciable a la libertad ante la continua opresión (Rodríguez, 1975). Tomemos en cuenta que si el colonialismo produce impotencia y desazón, su efecto más perverso es que induce en el conquistado la resignación a que su libertad haya sido cercenada, tal vez para siempre, y que, para continuar existiendo, deba inevitablemente darse por vencido y aceptar, repetir aquello que le imponen sus opresores. La secuencia dramática es tan atroz, que el conquistado termina considerando al pensamiento impuesto como propio, y la obstrucción a su libertad como parte del camino que le llevará al mejoramiento de su vida.
Desandar esos pasos, romper con esos tortuosos vínculos, puede parecer a muchos un salto al vacío, una aventura sin destino, una especie de suicidio intelectual y moral. No obstante, ninguna generación humana puede renunciar a su derecho a crear, a su derecho a imaginar y a proyectar su propia vida, so pena de convertirse en conformista reproductor de todo lo que en verdad le produzca un auténtico malestar cultural: la frustración, el desarraigo, la pérdida de objetivos y el olvido de los sueños que padecen muchos jóvenes en nuestras dolidas sociedades aún el día de hoy, no tiene otro origen ni otra razón de ser que la ruptura de los vínculos con nuestra realidad, la de sociedades oprimidas, empobrecidas, construidas sobre la desigualdad, la exclusión y la desmemoria, pero también dotadas de la energía, la voluntad y la esperanza de ser capaces de remontar su odiosa condición de sometimiento.
Nuestra apuesta, por ello, no puede ser más irracional que lo que nos impusieron los conquistadores: “Inventamos o erramos”, bien dijo Simón Rodríguez, y con ello quiso decir que el único camino posible para nosotros es el que nos decidamos a construir entre todos a partir de nuestra propia experiencia, de nuestras propias preguntas, de nuestras necesidades y de nuestros sueños. Tenemos que ser tan radicales como nos sea posible, es decir, capaces de desentrañar, sin miedo y sin falsas suposiciones las raíces de nuestros problemas y el modo en que en cada época, con las fuerzas y capacidades de que dispongamos, podamos empeñarnos a remontarlos. Tenemos que aprender a mirarnos con otros ojos, nuestros ojos, para rehacer el amor a nuestra tierra, a nuestros saberes, al color y al olor de nuestra piel.
Las sociedades latinoamericanas deben constantemente reinventarse a sí mismas, toda vez que a cada experiencia de estallido de la libertad siguen golpes de los viejos y nuevos conquistadores. Sobre todo, y ésta es tal vez la condición más dramática que enfrentamos, nuestras sociedades deben protegerse de que la memoria perversa de la opresión las llame a regresar a ella como lugar seguro, pese a todo el dolor que produce. Bien recuerdo las sentencias de Norbert Lechner quien, en el contexto de la dictadura pinochetista, afirmaba que no había otra sociedad que la sociedad posible, no cabía otra imaginación que la señalada por quienes se habían cansado de los extremos, que sólo el reconocimiento de la necesidad de seguridad, de tranquilidad, de protección, de orden podía ser la garantía de una sociedad armoniosamente moderna (Lechner, 1986). Descanse en paz este pensador, y larga vida a los jóvenes chilenos que nos han devuelto a todos la esperanza en la terquedad de la resistencia al colonialismo contemporáneo, con su descarnado pillaje y su opresión sobre la educación.
LA REFORMA EDUCATIVA NEOLIBERAL: LA HISTORIA QUE VIVIMOS Y POCO VIMOS
Y es que los chilenos y todos los latinoamericanos necesitamos regresar al momento en que las bayonetas y los uniformes verdes sustituyeron a la inteligencia en el país de Neruda, de De Rokha, de Violeta Parra, de Salvador Allende. Debemos a la investigadora Marcela Gajardo la recuperación de las ominosas circulares de la Junta Militar, cuando impuso un Comando de Institutos Militares cuyos delegados estarían a cargo de: controlar que las actividades educativas y anexas se efectuarán en todos los niveles del sistema escolar… con una sujeción estricta a los postulados preconizados por la H. Junta de Gobierno; obedeciendo fielmente las directrices emanadas del Ministerio de Educación; observando la más estricta disciplina y justicia; entregándose exclusiva y totalmente a labores netamente profesionales con completa exclusión del proselitismo político o de oscuras acciones de grupos ideológicos…
Esta circular, emitida en agosto de 1974, forzaba, so pena de cese fulminante, a los directores de las escuelas a informar a sus superiores cuando se produjeran casos en que el personal docente, sus (…)
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